21/01/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Cuando la izquierda aún se respetaba a sí misma era esencialmente internacionalista, por naturaleza y por definición. Después, como dijo Muñoz Molina, se hizo compatible con el nacionalismo para acabar concluyendo en pocos años que todo el que no es nacionalista es un facha.

En la vecina Asturias, el último reducto del marxismo de Carrillo y de la Pasionaria, donde el nacionalismo antiespañol brilla por su ausencia, han sido izquierda Unida, Podemos y la mitad pedrosanchista del PSOE –la de Javier Fernández aún conserva algo de sentido común– la que ha enarbolado la bandera de la oficialidad del bable, porque el caballo de batalla no es el propio bable, sino su oficialidad, es decir, la posibilidad liberticida de imponerlo desde el poder en las escuelas y en los centros de salud, de crear desigualdades en el acceso al empleo público o de cercenar la promoción de los funcionarios que no lo dominen, y sobre todo, de montar gigantescos pesebres presupuestarios en los que vivir agazapado en el terruño a cuenta de los impuestos de todos. Este es el nuevo El Dorado de la izquierda española.

Víctor Manuel se ha apresurado a sumarse a esta deriva. Puede que a Serrat le dé igual que le llamen facha en su propia tierra catalana, pero parece que al asturiano que consiguió el afecto del régimen franquista y un montón de actuaciones gracias a su canción ‘Ese gran hombre’ dedicada al Generalísimo, le escocería demasiado que le sucediese lo mismo.

El periodista Santiago González ha recuperado la opinión que el mismo Víctor Manuel manifestaba al respecto en una entrevista concedida en el año 1999 al Semanal:

«Es terrible, todo lo malo se copia. En Asturias ya empiezan a decir qué es de buen asturiano y qué es de mal asturiano. Siempre hay imbéciles que imitan lo peor. Yo quiero a Asturias tanto como cualquier nacionalista asturiano. Sin embargo, creo que el bable no tiene que ser cooficial, como algunos pretenden. En Asturias, de un tiempo a esta parte, somos expertos en inventarnos problemas donde no los hay. Y éste es un problema claramente inventado. A los nacionalistas les encanta reescribir la historia. Hay gente de mi generación que me ha dicho: «Es que a mí me pegaban en la escuela cuando hablaba en bable». Y yo digo: «Pero si tú eres de la misma escuela que yo, y hablábamos todos igual. ¿De dónde sacas esto?» En mi tierra el nacionalismo es todavía bastante suave. Pero sospecho que va a prender más; la estupidez no tiene fronteras.»

Qué gran verdad, la estupidez no tiene fronteras, la jeta tampoco.
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