Sin el tío del bigote

10/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El deporte está lleno de ritos, que en los deportistas dicen manías. Pocos días mejores para contarlo que hoy, unas horas después de que Nadal haya vuelto a hacer historia.

Y es que al margen de su calidad deportiva, qué contar de ella, su presencia en las canchas es a su vez como internarte en el Centro de Interpretación de las Manías, con los calcetines, con los cordones, con la cinta, antes de sacar, en los descansos con las botellas de agua, con las toallas, con las pelotas, las que coge, las que devuelve...

Si para sacar es necesario tocarse el hombro izquierdo, hombro derecho, oreja izquierda, nariz, oreja derecha y nuevamente oreja izquierda, nariz y oreja derecha... que baje Federer y lo vea.

Pero mucho mejor que los chavales tratan de hacerlo que aprender a escupir con la grosería que lo hacen los futbolistas o señalarse su número como si nadie más jugara con ellos.

Pero volvamos «al carril» de los ritos y los olores. O el de los sonidos de las zapatillas en los parquets de los polideportivos, sus pitidos; o los jugadores de balonmano con la pega, los luchadores con el agua, con su agua, de los equipos arropando desde el banco a los que están en la cancha...

Súmale los que se producen puertas adentro del vestuario, cada día más llevaderos pues gana terreno la colonia y ha desaparecido la tortura de soportar el penetrante olor de aquel linimento que llamaban «el del tío del bigote», por el personaje de la etiqueta. Casi mejor quedar cojo.
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