11/06/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Las cartas del diablo a su sobrino es una obra de C.S. Lewis –el autor de Las Crónicas de Narnia– escrita a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una serie de epístolas en las que un viejo demonio de nombre Escrutopo alecciona a otro joven e inexperto, Orugario, en el oficio de llevar al hombre por el camino de la condenación. En una de ellas el diablo veterano responde a su aprendiz alertándole sobre los peligros de la conflagración para los intereses del mal: la guerra implica, decía, un repunte del odio y del salvajismo que les sería muy provechoso, pero también produce un sinfín de actos de solidaridad y de generosa heroicidad que en tiempos de tibia paz son imposibles.

En la era del neopaganismo, la llamada cultura occidental vive una batalla espiritual que parece totalmente perdida en favor del individualismo y del relativismo, pero también libra una guerra material y visible contra el terrorismo, y es en ella donde de repente nos encontramos con que un joven español que circula en bicicleta por Londres y ve como un asesino acuchilla a una mujer indefensa, en lugar de acelerar la pedalada, se baja de la bici y la emprende contra el agresor, armado de su monopatín, hasta perder la vida. Quebró el individualismo, una peatona desconocida merecía para él el sacrificio de su vida. Goodbye relativismo, el bien y el mal existen en formas absolutas y se dan la cara en una acera de Londres.

Cada vez que el terrorismo nos ataca, líderes políticos de todos los colores declaran que los agresores son locos, o fanáticos. Nunca me siento identificado con estas declaraciones, pero menos aún con las de Donald Trump cuando tras la orgía terrorista que tuvo lugar en un concierto para niños y adolescentes en Manchester dijo que los terroristas eran meros perdedores, evil losers. No lo son. Ganan en su intento de sembrar el terror, con frecuencia ganan en su intención de causar la muerte. Y pierde el asesinado, su familia y sus amigos, y las sociedades acobardadas y políticamente incapaces de hacer frente al mal aunque éste se haya quitado completamente la careta.

Existe el mal, y existen las ideologías del mal, sostenidas por seres humanos concretos, no sólo por Hitler y por Stalin, que murieron años ha, sino por personas con las que nos cruzamos por la calle, que se comunican por Internet y se reúnen en mezquitas. Ignacio Echeverría perdió una batalla frente a ellos, pero quizá gracias a él estemos más cerca de ganar una guerra.
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