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Simplemente, respeto

10/06/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Ya sé que llego tarde, y lo hago a conciencia. Mucho se ha dicho y escrito sobre la pitada al himno español durante la pasada final de la Copa del Rey. Asunto peliagudo que radicaliza argumentos en ambos sentidos. Con el riesgo de salir escaldado, allá va mi opinión, para quien le interese.

Nunca me han gustado los himnos ni las banderas. No hablo de estética, sino del uso que se ha hecho de ambos a lo largo de la historia, en este y en cualquier otro país del mundo.

Se han utilizado como pretexto para muchas causas, algunas de ellas de poca nobleza. En ocasiones han servido para separar más que para unir, y han sido muchos los que se han apropiado de los dos con un sentido de pertenencia que marginaba. Me siento español, orgulloso de serlo, pero no por ello voy ondeando la bandera de mi país allá por donde paso ni utilizo el himno nacional como melodía de mi teléfono móvil. Dicho lo cual, respeto a quien lo hace.

Porque, al fin y al cabo, todo empieza y termina ahí, en el respeto. Eso de lo que andamos tan justos en este país, cada día más desconsiderados, cada vez más intolerantes y a cada paso más irritados.

Para justificar nuestras conductas, estamos todo el día a vueltas con la libertad de expresión, como si eso nos permitiera llamar feo, gordo o cornudo a cualquiera que pase por la calle. Como si nos facultara para entrar un domingo en misa de 12 y poner a parir al cura y a sus feligreses porque uno no es católico. Y así, hasta el infinito y más allá; podría cansarme de poner ejemplos en aras de la libertad de expresión.

Hay mucho cinismo e hipocresía en todo este asunto, desde presentarte en un palco y sonreír de modo burlón cuando el público pita el himno español. Hasta disputar una competición que desprecias. No tengo por costumbre frecuentar los lugares que no me gustan pero, cuando en ellos estoy, intento tener un comportamiento que nadie me pueda afear. Es tan sencillo como tratar a los demás como que te gustaría que te tratasen.

A mí no se me ocurre llegar a un acontecimiento en el País Vasco o en Cataluña y ponerme a silbar el Eusko Abendaren Ereserkia o Els Segadors. O abuchear La Marsellesa en un España-Francia porque los franceses nos vuelcan la fruta al pasar la frontera.

Respeto la diversidad que existe en nuestro país y a quienes no quieren formar parte de él. Y desconozco el modo de articular y manejar tan delicada situación pero, en ningún caso, la solución pasa por faltar al respeto a los demás; por muy ofendido que uno se sienta.
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