Simbiótica cereza

Cuando no caminan los pies te encuentras que las huellas se vienen contigo y que lo que queda de las rutas más que desniveles y kilómetros es una foto fija que solo necesita una respiración profunda...

Mar Iglesias
05/07/2018
 Actualizado a 16/09/2019
La visión de los cerezos siempre está hermanada con el pueblo en una simbiosis perfecta.|MAR IGLESIAS.
La visión de los cerezos siempre está hermanada con el pueblo en una simbiosis perfecta.|MAR IGLESIAS.
Se abre camino al paso de los pies, pero aquí no nos vamos a fijar en la pisada sino en la huella y en cómo queda marcada desde fuera hacia adentro. Son las otras rutas, las que palpitan sin quedarse siempre ahí. Las que se vuelven a casa desde la retina y regresan al cerrar los ojos. Son las sensaciones, las texturas y la intención con la que se pisan las huellas que vamos a tocar. Y por la pasión del caminante, ponemos ojos a la ruta de las cerezas, abrazándonos al alto de Corullón, un pueblo que, con menos de mil habitantes es rico en patrimonio. La Iglesia de San Miguel, declarada monumento nacional, del siglo XII y del siglo XIV nos despiertan a un pueblo que no pasaba por alto, aunque sí mira desde arriba, sin ser por ello altanero. Nos adentramos en un pueblo de piedra y verde, de vecindad y repechos, de Camino de Santiago abriéndose paso. Y en el pequeño pueblo los colores del campo. Huele a lluvia estos días en Corullón, una lluvia impertinente que ha diezmado el rojo pasión de sus cerezas. Porque en Corullón gobierna un tripartito agroalimentario, la vid, la cereza y la castaña. Y la simbiosis se da a la perfección en cada parcela, como si fuera obligado hermanar a las tres especies. El tiempo de cerezas acaba de culminar y lo que se presumía que iba a ser una buena campaña que obligara a relegar al olvido la anterior, se ha retorcido al final. Pero los cerezos son generosos y aún nos enseñan su fruto con orgullo, alguno ya ennegrecido por los primeros rayos que permitieron las nubes.

Desde hace dos años, Corullón se ha mirado en el espejo del Jerte al subrayar con la mirada la floración de sus árboles. Y desde entonces, caminar entre cerezos se ha vuelto una vertiente turística aledaña a la de las piedras. Dos rutas para disfrutarse abren desde la misma carretera de entrada al pueblo, una de tres kilómetros y la otra de unos siete, que comienza en el mirador recorriendo, desde la zona de descanso, El Banín y El Pedredo. Las rutas más pequeñas, señalizadas como de San Juan y Campelo, se quedan más abajo y tienen entrada antes del cementerio. Comienzan en una pista, por el lado izquierdo y en seguida nos regala cerezos a ambos lados. Compartimos pasos con ruedas, porque aún esta zona es paso de vehículos. La perspectiva no deja a las cerezas solas en ningún momento. Bajamos un desnivel corto, se hará más fuerte al final de la ruta, que se adentra en la parte baja del pueblo, y llama la atención el arrope de las casas a los cerezos. Siempre en su perspectiva, en una simbiosis perfecta, el rojo apasionado de las cerezas regordetas se mezcla con la vista a los distintos pueblos que hay por debajo de Corullón. Por la vía de la derecha, la ruta nos lleva a una subida de 600 metros sin salida, en la que volvemos a ver como se entremezclan los tres frutos de Corullón en una perfecta sintonía. Huele a verano intenso y las cerezas recuerdan que su tiempo se pasa…

Cuaderno de ruta

Estas rutas no suponen grandes esfuerzos ni dificultades técnicas en el trazado, aunque me han dicho que en invierno hay alguna placa de hielo que puede complicarlo un poco.Lo que deja es muy buen sabor de boca, y no solo porque con el fruto ya parido podemos ir picoteando, con permiso de los vecinos, de algún árbol generoso. Me imagino este recorrido en plena floración, con los cerezos regalando un manto blanco sobre la imagen del pueblo, oliendo a vida entrante. Y debajo de sí mismos las vides, buscando sitio sin acritud. Y por detrás los castaños que dicen, ya nos tocará a nosotros. Pienso en el porvenir turístico del fruto y económico también. El alcalde de Corullón, Luis Alberto Arias ha ideado una cooperativa y también una feria de la cereza. Todo son proyectos en lo inmediato, pero, por de pronto, se queda con el denominado «mil cereixais» de donación de cerezos para ir incrementando el censo de estos árboles en el municipio y abrir esa veta ecológica que permita, al tiempo, fijar población. Eso sí, mirando al cielo, porque no se está portando con una cosecha que este año se queda a la mitad y que el año pasado se perdió por completo. Por eso esta ruta le da fuerzas para estrenar el sello de calidad, tras un año de retraso.
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