03/07/2022
 Actualizado a 03/07/2022
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Magda recorta Palabras de los diarios y las almacena en cajas. «En cajas rojas guarda las palabras furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia…».

Así empieza el microrrelato ‘Ventana sobre la palabra’ de Galeano, tan amigo del realismo mágico, batiendo en el mismo texto lo real y lo fantástico y mezclando tan bien la masa que nos comemos la historia sin escarbar el plato y separar lo irreal de lo posible. Abusando de él, dejo a Magda clasificando palabras por colores y voy con los poetas de otro de sus cuentos, acudiendo a ‘La casa de la palabra’ donde éstas, guardadas en viejos frascos de cristal, se ofrecen deseando ser elegidas, miradas, olidas y lamidas por los poetas que abren los frascos, las prueban con la punta del dedo y se relamen o fruncen la nariz, hasta dar con la palabra que desean o necesitan. Hasta aquí, realismo mágico.

Buscar la diferencia entre realismo mágico y realidad a secas obliga a contar un hecho real y crudo, con el permiso y aprobación del Mar más citado en versos. Abríamos junio recordando el vuelo de nuestro poeta Toño Morala, hace un año. Unos meses antes, cuando el ELA ya le había silenciado, nos vimos por última vez en una videoconferencia, regalo sorpresa para ambos, que nos hizo su Mar, ahora de todos. Cuando ves de frente la fase terminal de esa enfermedad, eres consciente de la crueldad que supone querer decir y no poder, con la mente estallando de ideas y la boca repleta de palabras que no encuentran salida. Aunque sus ojos gritaron tanto que se entendió a la perfección todo lo que dijo, quizá más que a mí, bloqueada por la situación. Poco después, la familia celebraba la llegada del IRISBOND, un lector ocular que convierte en voz la mirada, a medida que el enfermo acaricia con sus ojos un teclado. Lo cierto es que, a pesar de la insistencia, la vida del poeta estaba demasiado cansada, no se sintió con fuerza para pasear su vista por las teclas y acabó cediendo aquel regalo a otro enfermo. En su caso, quizá fue buena decisión porque sus palabras ya están inmortalizadas en tinta y el IRISBOND no le haría justicia con su voz robotizada y traumatizante, con la que al enfermo le cuesta identificarse.

Que unos ojos sean capaces de escribir y acaben ‘hablando’, aunque sea con voz metálica, se parece demasiado al realismo mágico, o eso hubiésemos pensado hace unas décadas, de habérnoslo contado. Ahora, con la ciencia ganando terreno a lo fantástico, aparece AHOLAB. Un proyecto de la Universidad del País Vasco que, intentando humanizar ese sonido frío e impersonal, ha creado un banco de palabras con calor humano. Para ello, el enfermo que aún esté en condiciones de hacerlo, graba cien frases que se archivarán para ser usadas cuando el habla le abandone. No son frases aleatorias, si no que han sido seleccionadas por los investigadores previamente y contienen todos los fonemas necesarios para conseguir un vocabulario completo. Pero si ya es tarde para hacerlo, cualquiera de nosotros podemos ser donantes contactando con el proyecto Aholab y regalando nuestra voz a los que ya carezcan de ella, sin más esfuerzo que grabar cien frases que pasarán al banco de voces.

De la misma forma que Magda recortaba palabras y las clasificaba en cajas de colores, los investigadores recortan nuestras frases y, tomando como base una voz ‘promedio’ creada por ellos mismos, diseccionan, estudian y comparan los fonemas de nuestras voces, los clasifican por edad y sexo, para acabar guardándolos, posiblemente en botes transparentes, color que Magda usaba para las palabras con magia. Llegados a este punto del proceso, cuando un paciente solicita una voz al banco de palabras, ya podríamos llamar realismo mágico, sin tapujos, al hecho de que los investigadores, como los poetas de La casa de la palabra, tengan un catálogo de voces donde buscar la más adecuada para cada uno de ellos.

Una vez más, la historia estaba escrita. Los avances de la ciencia y la realidad que vivimos, superan con creces lo que un día hubiésemos creído fantasía de musas y poetas. Por hacerlo más cercano para los profanos, resulta amable imaginar a los científicos en su Banco de palabras, recortándolas y clasificándolas por colores como Magda, para después, volcadas en la mesa y ya mezcladas, que les cuenten cosas. O como los poetas, probar con el dedo los fonemas guardados en botes o echar mano de palabras multicolores servidas en grandes fuentes, hasta conseguir el color de voz que buscan. Ya es casualidad que eligieran los mismos colores de Toño, aunque asignados a distintos sentimientos: amarillo, rojo y azul. Para ellos, un rojo y amarillo de limón y vino que Toño usó siempre para pintar los eternos trigales cuajados de amapolas, de sus versos. Sólo coincidieron todos en el azul incuestionable del Mar, a quien me permito dejar hoy un abrazo verde. Verde esperanza. Color que Magda asignó a las palabras amantes.
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