30/06/2022
 Actualizado a 30/06/2022
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«Si el lector quiere entender a qué me refiero cuando hablo de la arbitrariedad de las categorías, considere la situación de la política polarizada. La próxima vez que un marciano visite la Tierra, intente el lector explicarle por qué quienes están a favor del aborto también se oponen a la pena de muerte. O intente explicarle por qué se supone que quienes aceptan el aborto están a favor de los impuestos elevados pero en contra de un ejército fuerte. ¿Por qué quienes prefieren la libertad sexual tienen que estar en contra de la libertad económica individual?» Nassim Taleb, autor libanés-norteamericano, escribió este párrafo en su libro ‘El Cisne Negro’, del año 2007, y, como podréis comprender, al ser lectores inteligentes, nada ha cambiado. El ser humano es una fuente de eternas contradicciones, de ambiguas controversias que le acompañan desde el principio de los tiempos. Lo malo es, ¡claro!, que no espabilamos y seguimos tropezando miles de veces en la misma piedra. Quiero que conste que no traigo este párrafo a colación a cuenta de lo que yo pienso sobre el aborto. Es, simplemente, para dejar clara la contradicción que se da a la hora de medir una muerte; algo que, por supuesto, no se puede medir. Conozco un caso concreto... El de una chiquilla de veinte años que, en una noche un pelín loca, folló sin que ni ella ni el propio usasen precauciones. Abortó, y tardó en superar el trauma que ello supuso bastante tiempo. Son pocas, por no decir ninguna, las que abortan como si fuesen a correr una maratón festiva y dicharachera. Todas sufren al tomar la decisión y al llevarla a cabo.

Estos días, andamos todos medio locos a cuenta del precio de la gasolina o del gasoil. Si partimos que del precio de un litro de combustible, un 52% son impuestos en la gasolina y un 48% en el gasoil, la cosa es descorazonadora. Sí, sé que el Estado tiene que hacer frente a unos gastos desmesurados, pero, ¡joder!, podían tener un poquito de consideración con los contribuyentes...; y más cuando estamos hartos de ver como gastan los políticos estos impuestos. No quiero acordarme de la Gürtel ni del caso Eólicas, obra del PP, o de las juergas que se corrían los socialistas (con putas y cocaína a gogó) en Andalucía... Puedo nombrar cien o doscientos más y no acabaría, pero no merece la pena. ¿En jugadas como estas malgastan nuestros impuestos? Es, claramente, un síntoma de vivir en un Estado fallido, o casi.

Rosa, una venezolana que ha tenido que venir a buscarse el pan a Vegas, dijo el otro día una frase para enmarcar: «Estoy de puta madre en este país. Lo único que llevo mal es que hay que pagar por todo». Los ayuntamientos nos fríen a impuestos, las diputaciones ídem de lienzo, las comunidades autónomas no se quedan atrás y, por fin, el Estado es el rey del mambo. Lo que más me fastidia es el abuso que hacen de los sablazos indirectos, como cuando Franco. Lo de los combustibles es un ejemplo esclarecedor...; y el tabaco, y el alcohol, y la ‘maría’ si es que por fin la legalizan.

Tampoco es cierto lo de que «paga más el que más gana», porque los ricos conocen, ellos o sus asesores, todos los atajos legales para que no sea así. Al final, el que paga es el idiota que vive de un sueldo, o sea, la mayoría de los españoles. Ya no entro a discutir los impuestos sobre las herencias. Es inaudito que te hagan pagar sobre un piso que te dejó tu padre cuando él tuvo que hacerlo desde el momento que fue al banco a pedir el crédito. Pagar sobre algo que ya has pagado...; lo último del Credo. Menos mal que los gobiernos del PP (¡por fin hacen algo regular de bien!) lo han quitado en las autonomías en las que gobiernan. Lo cual, por supuesto, es injusto, porque el asturiano o el extremeño tiene que seguir apoquinando como benditos algo que yo, un leonés, estoy exento de pagar...

Lo que nos lleva a la conclusión de que no todos somos iguales ante la ley, algo que, según todos los expertos, es el cimiento de una democracia. Nos toman el pelo mucho... pero mucho (a ver, a mi también aunque tenga la cabeza monda). Lo que no entiendo es que no salgamos a la calle a protestar siquiera un poquitín. En Francia, por mucho menos, se montó la de Dios. Los ‘chalecos amarillos’ paralizaban el país cada fin de semana, hasta tal punto de que el gobierno dio marcha atrás en algunas de sus medidas. Aquí, en cambio, estamos callados como momias. Parece que todo nos da igual, que lo único que nos interesa es sobrevivir, como si fuésemos personajes derrotados de Dostoievski. Y mientras, los que mandan, agarrados como garrapatas al sillón de sus entretelas.

No tenemos remedio. Salud y anarquía.
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