Silencio al mediodía

Al calor de las últimas noticias sobre la autoría de uno de los atentados de ETA más conocidos, el de la Calle Correos, aún quedan en él los ecos de algún vecino de Caboalles de Abajo

Pedro Villanueva
18/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Una de la portadas de ABC en los días posteriores al atentado.
Una de la portadas de ABC en los días posteriores al atentado.
Manuel Llanos Gancedo, cogió el platillo con las vueltas del café para llevarlo a María, esa clienta de la cafetería Rolando, que todas las mañanas alegraba con su mirada los veintiséis años de Manuel. Fijó su mirada en los ojos de María, nerviosa a sus veinte años por el examen de la asignatura pendiente que tenía que realizar y por la inquietud de quien cruza una mirada saboreando el instante.

El reloj de la vida se detuvo a las dos y treinta y cinco minutos del mediodía, el retumbar tronó y destelló sobre los hombres y mujeres que conversaban ajenos al plan macabro de los asesinos. Treinta kilos de dinamita con tornillería en una mochila, borraron las miradas, los sentimientos y las vidas de María y Manuel, de otros muchos, desgarrados por el hierro y el fuego desprendidos por la detonación. El techo cayó sobre ellos.

Manuel, asturiano de nacimiento en Villar de Vildas, pero vecino de Caboalles de Abajo, no quiso trabajar en la mina y comenzó de camarero en el famoso Casino de Villablino, en Laciana. No quería que el pozo negro se lo tragara. Ya sabía por boca de su padre minero, trabajador de la MSP, cómo se las gastaban los costeros y las explosiones del gas grisú. Noquiso siquiera pensar en morir a oscuras y enterrado bajo la tierra. Cruel fue el destino con Manuel, otra explosión se lo llevó con la mirada de María, lejos de su tierra, lejos de su familia.

Los padres y su hermano Pepe, casado en Degaña (Asturias), y conductor de ALSA durante muchos años, salieron para Madrid a las siete de la tarde. Allí encontraron a Manuel, en el Hospital de la Cruz Roja; lo velaron. Sentado en la iglesia de los Jerónimos, Pepe recuerda que un hombre tocó su hombro, no recuerda su nombre, pero no olvida sus palabras: «¿Eres el hermano de Manuel? Soy Inspector de Policía y fui el último que hablo con tu hermano; lo vi salir volando por el cristal del café cuando se produjo la detonación. Yo acababa de tomar el café y caminaba al trabajo… Me libré de esta; siento lo de tu hermano».

Pepe sabe que murió casi en el acto: «Lo enterramos en Caboalles de Abajo el lunes; no hay ninguna placa que ponga nada en el cementerio, más que su nombre…»

La banda de asesinos, programaron el atentado de la Calle del Correo, en la cafetería Rolando, para golpear a la Dirección General de Seguridad. Los autores, colocaron la mochila programada para reventar a esa hora, sin importarles quien estuviese allí; se escondieron en su piso franco de Alcorcón, en su usual cobardía, esperando las noticias, esperando que fuesen muchos los muertos, y así fue. Trece personas, más de setenta heridos con serias mutilaciones.

Es justo no nombrar la banda ni a sus autores, pues el olvido hacia los asesinos en las letras y el blanco del papel, es la mejor arma y valía como sociedad, sociedad que ha sabido superar el miedo que muchos quisieron imponer con el terror.

El 5 de noviembre los asesinos de la banda, asesinos en pasado, presente y futuro, reconocieron el atentado de la Calle del Correo en Madrid el 13 de septiembre de 1974. Aún les quedan más de 300 por asumir y reconocer.

Sí sirve este espacio y estás líneas para recordar a las víctimas: Antonio Alonso Palacín (mecánico casado seis días antes), María Jesús Arcos (28 años y mujer del anterior), Francisca Baeza (maestra), Baldomero Barral (panadero de 24 años), María Josefina Pérez (21 años y esposa del anterior), Antonio Lobo (ferroviario, casado con dos hijos), Luis Martínez (comercial de 78 años), Concepción Pérez (administrativa en la Dirección General de Seguridad), María Ángeles Rey (20 años, estudiante), Gerardo García (cliente, casado con tres hijos), Francisco Gómez (cocinero de la cafetería de 31 años, casado con dos hijas de 2 y 4 años), Manuel Llanos (camarero del café y protagonista de nuestra historia), Félix Ayuso (inspector de Policía de 45 años, falleció después de dos años de sufrimiento).

Gracias a Sergio Rodríguez por recordarme que siempre, a nuestro lado, hay historias que contar y no olvidar.
‘Sic Transit Mundi’
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