14/11/2019
 Actualizado a 14/11/2019
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Ya veo al presidente aviador deambulando a media noche en pijama por los pasillos de la Moncloa con la palmatoria y la vela en la mano. Se levanta a coger alguna de esas endemoniadas pastillas para combatir el insomnio, que campa a sus anchas en la vida de Pedro Sánchez ahora que Pablo Iglesias acaricia con la punta de sus dedos el anhelado cargo de vicepresidente del Gobierno de este nuestro país. «No dormiría tranquilo», decía el inquilino monclovita hace apenas mes y medio al ser preguntado por tal posibilidad.

He mirado una y otra vez las imágenes del abrazo entre ambos y la verdad es que no he visto puñal alguno en sus manos. Y eso que coleta morada también ha embestido estos últimos meses contra su restaurado amigo por considerar que quería irse de vinos y de pactos con ese mal irreparable que para él supone la derecha.

Imagino que será pronto para armas blancas, porque primero querrán disfrutar del placer que supone la posibilidad de reírse de esta manera de la sociedad española, que no solo sigue en modo ‘silencio’ sino que está a punto de pasar a modo ‘lanar’.

Lo que no fue posible en siete meses ahora lo ha sido a la velocidad de la luz, solo 24 horas y 150 millones después de obligarnos a todos a volver a votar. Y ni disimulan. Ni siquiera se dan tres o cuatro días para teatralizar mínimamente su reconciliación.

Su desvergüenza llega al paroxismo. Y más teniendo en cuenta que buena parte de los electores de ambos les mandaron al guano el pasado domingo. ¿Qué beneficios han sacado de las nuevas elecciones? Y lo que es peor, ¿qué beneficios ha sacado este nuestro país? ¿Tener un partido de extrema derecha en vez de uno de centro en el hemiciclo del Congreso de los Diputados? Muy bien, un gallifante para el presidente aviador.

Suele decirse que aquí no dimite nadie, pero lo cierto es que ningún líder de la cosa pública habría sobrevivido a una hecatombe electoral como la que han sufrido los naranjitos. Sí es más novedoso que deje del todo la política y no quiera ejercer de ex. Siempre he creído que España no es país de partidos de centro, que son flor de un día por el mero hecho de que somos una sociedad frentista y cainita. O estás conmigo o estás contra mí. Y eso no casa con una verdadera ideología de centro. Aquí se es de izquierdas o de derechas, de carne o de pescado, del Madrid o del Barcelona… Y todo lo demás se diluye tarde o temprano. Cierto es que el hartazgo ante los latrocinios y la indigencia política de la que han hecho gala los dos grandes partidos en los últimos años dieron alas a los naranjitos, pero cada una de las personas que les votaba tenía puesto en la oreja un crotal ideológico de color rojo o azul. Y eso aquí no se olvida nunca.

La firme oposición de Rivera a Sánchez en su gestión del desafío planteado por un colectivo igual de indocumentado que de independentista (no hay que olvidar que ambos sellaron un acuerdo de Gobierno como el del abrazo de este martes que finalmente no logró los apoyos suficientes para derivar en una investidura, por lo que las diferencias en otros asuntos no deberían ser significativas) le hizo perder buena parte de su electorado de centro izquierda.

Sentí cierta lástima por Rivera. Nunca me gustaron sus cambios de criterio, la verdad, pero es triste que la sociedad le haya dado la espalda a un político por el mero hecho de mantener lo que había dicho en la campaña electoral de abril, es decir, que jamás volvería a pactar con el presidente aviador. Si lo hubiera hecho, habría perdido ahora a buena parte de su electorado de centro derecha, mientras que el de centro izquierda se le habría ido cuando volviéramos a toparnos con las urnas, porque Sánchez le habría fagocitado sin contemplaciones. Creo por eso que Ciudadanos estaba llamado a reducirse a la mínima expresión más tarde o más temprano, tal y como sucedió en tiempos pretéritos con la UCD, el CDS o UPyD.

De todo lo anterior se deduce con meridiana claridad que los latrocinios y la indigencia política de los dos grandes partidos y la inviabilidad del centro político en nuestro país son las principales causas del auge de Vox, que se nutre de gente harta de ver cómo se renuncia a las ideas, cómo se dice una cosa hoy y la contraria mañana… Quiero pensar que no va a ir a más, que se deshinchará como un suflé, pero para eso los partidos normales deben cambiar. Y mucho. Y eso les cuesta.

Porque, señores socialistas, les guste o no, su gente ha robado tanto o más que los de enfrente y cada vez que han mandado han dejado las arcas públicas como un solar. Y señores populares, les guste o no, ustedes tienen también gran parte de culpa del desafío independentista por las cesiones de competencias aprobadas cuando han gobernado. Y por mucho que se tilden de liberales, ustedes han subido los impuestos más de lo que pedían los comunistas y han elevado la deuda pública muy por encima de la que habían dejado los de enfrente. Dejen por tanto unos y otros de dar lecciones, porque la gente, aunque viva en modo ‘lanar’ y salga poco a la calle, no es tonta y está cada vez más harta.

Pero no se preocupen. Sigan, sigan… Sigan mirando a su ombligo en vez de al horizonte que tienen ante sus ojos, sigan jugando al tres en raya con las papeletas en las sedes de sus partidos (eso se les da bien a todos) en lugar de salir al césped de la calle con el mejor equipo, sigan pegándose puntapiés mientras sonríen en lugar de atender a quienes les votan. Sigan ensalzando las algaradas del ‘feminazismo’ o callando ante ellas mientras el feminismo de verdad sucumbe al abandono, sigan modulando su discurso en función de la dirección en la que soplen los vientos electorales o televisivos. Sigan, sigan… Que quizá la hecatombe naranjita no sea la última y dentro de poco haya todavía más gente que hoy con las manos en lo alto de la cabeza, unos ante la posibilidad de que el comunismo campe a sus anchas por los pasillos de la Moncloa, para controlar el sueño del presidente aviador, y otros ante el auge del populismo de extrema derecha. Pero la culpa no será suya, sino de los partidos de siempre, que traicionan día a día a sus votantes y renuncian a sus principios más básicos para mantener sus corrales en orden y sin pensar ni siquiera un instante en el futuro de todos.
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