Siempre metidas en harina

04/10/2019
 Actualizado a 04/10/2019
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Siempre con la bata de hacer algo, siempre con una aguja y un dedal en el bolso por si hay que coser un botón, siempre con un pañuelo blanco en el otro bolso por si el nieto vuelve con mocos del colegio, siempre con un echarpe sobre los hombros por si alguien tirita de frío, siempre cerca de algún banco de madera por si hay que sentar en el regazo a alguien, siempre con el currusco de la barra a mano por si entra la gusa, siempre con algún caramelo perdido entre las migas por si surge la ocasión de dárselo a alguien, siempre con la conversación a punto para preguntar por los que no pasan por la calle a la hora que siempre pasan por la calle...

Siempre con las manos metidas en harina. La del pan, la de la vida, la del trabajo, la de los dulces para la fiesta, la de los frisuelos para el hambre nuestra de cada día.

Siempre.

Da igual que en las uñas aún vivan los restos rojos de alguna boda, una primera comunión, la visita de las nueras o simplemente la costumbre de arreglarse los domingos o de vez en cuando, para recordar que la vida va más allá de los siempres, de tener las manos siempre metidas en harina, de llevar los bolsos llenos de soluciones...

Para qué quitar los restos coloristas de días menos atareados si no han venido a este mundo a disimular sino a solucionar.
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