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Siempre de cara

22/09/2019
 Actualizado a 22/09/2019
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La poesía de Antonio Gamoneda resulta tan profunda que a menudo sus lectores no llegamos a hacer pie en ella. A él, cuando le entregaron el Premio Cervantes, le ocurrió algo similar. Tan incómodo se le veía vestido de traje y entre tanta autoridad que daba la sensación de que únicamente intentaba mantenerse a flote. En su discurso, les dijo a los Reyes allí presentes que tenía la certeza de que algo había condicionado tanto su vida como su escritura: la pobreza. Sus Majestades asintieron, como si supieran de qué hablaba, acostumbrados como están a que el premiado de turno cuele alguna puya que no rompa con la solemnidad del ambiente. Tiempo después, en la entrega de otro premio y delante de otros Reyes, tomó la palabra un fotógrafo de Benavides de Órbigo que tampoco hacía pie en su propio traje y al que la pajarita parecía asfixiarle. «Señoras, señores: nuestros pueblos se están muriendo, y con ellos toda la sabiduría que sus habitantes han atesorado con tanto esfuerzo y con tanta dignidad a través de los siglos», les dijo Jesús F. Salvadores, que recibía entonces el Premio Mingote, el más prestigioso del fotoperiodismo nacional, y recordó, ante la flor y nata de los medios de comunicación del país, que también los fotógrafos están hoy en peligro de extinción. Nos hizo sentir orgullosos a todos los que le conocemos y, por eso, en su pueblo, donde le aprecian desde el primer caño hasta el último, le pidieron hace poco que fuera el pregonero de las fiestas. Confesaba estar más nervioso que entonces porque le imponen más respeto sus vecinos que sus Reyes, así que empezó ciertamente titubeante a soltar un sentido discurso ecologista, con muchos guiños locales y alguna que otra cursilería. En un momento dado, entre frase y frase, hizo un silencio que llamó la atención del público. Todos se quedaron mirando con curiosidad hacia el balcón del Ayuntamiento preguntándose qué estaba pasando. Él se agachó, cogió una cerveza que llevaba escondida y dio un largo trago ante los aplausos y las carcajadas de sus paisanos. «Se me secaba la boca», se excusó, y continuó leyendo el pregón con esa brutal naturalidad tan suya. Ya con soltura en los saraos, el pasado viernes le volvió a tocar hablar en público durante la inauguración de ‘La huida’, la exposición que acoge el Centro Leonés de Arte y en la que se resume parte de su trabajo más personal. Quince años lleva peregrinando por el mundo entero acompañando a otros peregrinos que, como él, no viajan sólo por descubrir paisajes o conocer gentes, sino que viajan para poder mirarse a sí mismos por dentro, en busca de respuestas, perdidos como están en sus propios universos. Contemplando sus fotografías uno aprende que no es tan distinto el que peregrina a Lourdes o Fátima en busca de alguna curación milagrosa de quien peregrina hasta un festival veraniego para exprimir la medicina que encuentra en una canción, que en el fondo son las mismas pasiones y los mismos miedos los que terminan conduciendo al personal hasta las catedrales del fútbol, los desfiles de orgullo gay, El Rocío, las concentraciones de hippies o los festivales de cine porno. Ante las inundaciones informativas, ante la volatilidad y la falsedad del ambiente, encontrar a un tipo tan auténtico, siempre de cara, con una obra tan auténtica, trabajada con la humildad, la sabiduría y el perfeccionismo de los artesanos, supone algo así como una transfusión de esperanza, un referente al que agarrarse. De sus palabras, de sus fotografías, salen lecciones que no son precisamente peregrinas. Ahora que a todos nos hacen peregrinar cada poco hacia las urnas, tarde o temprano nos tendremos que atrever a mirarnos por dentro.
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