"Si no es por las porrachas, ¿quién soporta el encierro?"

Librado Díez Hompanera, antiguo pastor y luchador, se volcó en el largo y duro encierro de la pandemia en una afición que tenía pero había cultivado poco: hacer "porrachas"

Fulgencio Fernández
28/05/2023
 Actualizado a 28/05/2023
Dice el pastor, reconvertido en artesano, que la naturaleza le ha regalado las piezas de materia prima más bellas, «que estaban bajo tierra» | JESÚS G.G.
Dice el pastor, reconvertido en artesano, que la naturaleza le ha regalado las piezas de materia prima más bellas, «que estaban bajo tierra» | JESÚS G.G.
Casimira cose un cojín al lado de la ventana, aprovechando la luz de una tarde limpia, sin nubes, en Prioro. Una estampa tantas veces repetida en cada pueblo, cada tarde, nadie mira para la televisión. Sin decir nada prepara un café con unas pastas caseras, algo tantas veces repetido, en cada casa, cada tarde.Nadie mira para la televisión.

Librado ya ha echado su corta siesta, observa la pericia de su mujer con la aguja, y como buen exluchador inicia la conversación por ese campo, haciendo honor al histórico dicho sobre los oficios más repetidos históricamente en el pueblo: «En Prioro, o cura o pastor… y luchador».

Librado no se salta el guión de los oficios propios de Prioro, fue luchador… y pastor. «Desde los 14 años estuve con los rebaños, veinte años haciendo la trashumancia desde Extremadura a la montaña de León, a pie por supuesto, subiendo hasta los puertos de estas montañas, de Acebedo, Maraña… Pero los rebaños no eran míos».

Con el tiempo tuvo rebaño propio, con Hompanera, siempre en el oficio y en todos los demás que aquella vida y aquellos tiempos imponía para sacar adelante los cuatro hijos que tuvieron Casimira y Librado. Y, por supuestos, los aluches, las luches que dicen en Prioro, tan suyospara las tradiciones que hasta nombre propio tiene allí este juego o deporte o tradición que permitía a los mozos competir y, de paso, defender el honor del pueblo.

Como todos los pastores Librado pasó largas jornadas en las majadas y los montes. Algún tiempo tenían para hacer figuras a navaja de cualquier madera. «Se me daba bien, pero en aquellos tiempos había que estar a lo que se estaba; es decir, a cuidar el rebaño y las faenas de la casa».

Con la jubilación también ganó más tiempo libre para estas artesanías… pero fue la irrupción de la pandemia el detonante del gran cambio, de pasar a hacer porrachas (él nunca les llama cachas) casi de manera compulsiva, como se puede ver al abrir el cuarto donde las acumula.

-¿Cuántas tienes Librado?

- No lo sé, son muchas para ponerme a contarlas; alguna vez le he pedido a alguno que me las cuenta y nadie acabó la numeración completa.

- Pero aproximadamente, ¿cuántas calculas que puede haber?

- Unas seiscientas, más o menos, diría yo.

- Pues le dejamos en 600.

Dice Librado que es un entretenimiento y como tal lo toma. Ni las vende, ni las regala, ni nada, allí las va acumulando. «Venderlas no me lo planteo y regalarlas, te voy a decir la verdad, no me importaría y se las vería por el pueblo, pero no quiero problemas. Si se la regalas a uno y a otro no, ¿qué ocurre?, ¿dónde pones el límite?, ¿a quién sí y a quién no? Pues mira, aquí están bien todas y el que las quiera ver que venga, que se las enseño encantado». Aunque Casimira insiste, con buen criterio, en que las cachas (las porrachas, mejor) bien merecían un espacio en algún museo de la comarca (en Prioro hay uno),. «sobre un fondo blanco, colocadas curiosas, que luzcan».

A la hora de explicar las herramientas que Librado utiliza para hacer las porrachas tiene una expresión muy esclarecedora. «No uso nada que haya que enchufar a la luz, ni taladros, ni lijadoras, nada por estilo, a mano».

- Imagino que lo que más utiliza será la navaja…

- No, el escabuche, con el que voy sacando de la tierra las piezas más espectaculares. Lo más bonito está debajo de la tierra, solamente hay que buscarlo, que es lo que hago yo, y después trabajarlo. Las pulo, las barnizo, hago las cabezas y las figuras... y uso otras herramientas pero para que veas la cantidad de horas que le he dedicado, y los tropiezos que me he dado contra el dedo, mira el callo que me ha salido aquí en el nudillo.

Cierto. Un callo que explica todas esas culebras, cabezas de todo tipo de animales, también figuras humanas, adornos cuidados al más mínimo detalle... ¿Cuánto tiempo lleva cada una?: «Uff, depende, no lo mido».

- ¿Y de dónde sacaste tanto tiempo, pese a estar jubilado?

- Me lo regaló la pandemia. Yo lo combaté a porrachazos, se podría decir pues si me quedo encerrado todo el día me muero. Y así la fui pasando, entretenido, muchas horas.
De regreso a casa Librado va mirando al suelo. «Me acostumbré, para buscar las piezas que después trabajo. Al ver la parte que sobresale más o menos sé lo que hay debajo, cojo el escabuche y a liberarlo. Es como todo, yo ando por el monte y las setas, que tanto busca la gente, no me dan más, no me preocupo de cogerlas, casi las piso al pasar sin darme cuenta.

Y a Librado le van asaltando, es de Prioro, los recuerdos de antiguo luchador —«entonces luchábamos todos», dice en una de las frases más repetidas en el pueblo— y al pasar por una de las calles recuerda que por la mañana se encontró allí con Che Escanciano, que acaba de superar un muy duro trance de salud. «Fue una alegría verlo, pero casi no lo conocía, está para luchar en medios».

Y va desgranando nombres y recuerdos: «Qué pena lo de Anastasio El Gato, su hermano es el de esta panadería de enfrente, está su madre con ellos, no supera lo de Tasio; ahora el presidente del club es un hijo de Acacio, buen luchador también; de los de mi época era muy bueno Laurentino Crespo, el hijo de Tío Perica de Arcayos, que murió muy joven; también  Manolete el de Campohermoso... ¿no te has fijado nunca en las manos que tiene Luis Padierna el de Quintana? te cogía como un gancho...».

Sigue y sigue, no se le agotan los recuerdos. Llegamos a casa, Casimira sigue cosiendo y mirando por la ventana, también ella sabe de lucha: «Ya vi pasar a Che, me dio una alegría...».
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