Cada vez que podemos lo enseñamos, es nuestra verdadera bandera y siempre incidimos en su denominación de origen:mastín... y leonés.
Porque sabemos que si hubiéramos sido mastines otro gallo nos habría cantado.
Sabemos que nada sería igual si lleváramos en nuestros genes la fidelidad a nuestra raza, a nuestra tribu, a nuestro rebaño.
Sabemos que nada sería igual si lleváramos en nuestros genes la defensa de los nuestros por encima de todo, que no hay pan ajeno que valga para hacernos abandonar la defensa de nuestro rebaño, la tarea que nuestro código genético lleva escrito en su alma.
Sabemos que nada sería igual si fuéramos capaces de no acudir a la llamada del silbido de nadie si no es el de nuestra gente, el de nuestro pastor.
Sabemos que nada sería igual si nos convencemos que no hay enemigo fuerte ni astuto si sabemos estar en nuestro punto de vigilancia, en el alto desde el que vemos por dónde camina y por dónde nos atacan esos lobos con piel de cordero.
Sabemos que nada sería igual si tuviéramos claro que lo primero son los nuestros y después son los nuestros, que no existe la traición.
Pero sabemos que no hemos sido mastines.
Ni leoneses.
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