Si hay brechas no hay igualdad

En estos días están surgiendo voces despreciando, negando y ridiculizando la desigualdad y la discriminación hacia las mujeres

Mujeres por la Igualdad
21/07/2019
 Actualizado a 16/09/2019
Blanca Romero es una joven gitana con muchos logros, pero se destaca que estudie secundaria como algo peculiar.
Blanca Romero es una joven gitana con muchos logros, pero se destaca que estudie secundaria como algo peculiar.
A las personas incrédulas podríamos preguntarles ¿podemos las mujeres acceder en igualdad de condiciones que los hombres a los recursos económicos y sociales? Más allá de la respuesta espontánea, acompañemos a quienes nos responderían con un sí rotundo a un recorrido que aporte un poco de profundidad, reflexión y realidad a su respuesta. Un recorrido que demostrará que nosotras lo seguimos teniendo más difícil que ellos.

El 9 de octubre de 2012, en Mingora (Pakistán), un autobús escolar con niñas fue asaltado por los talibanes. Dispararon reiteradamente a bocajarro a una de ellas, causándole heridas gravísimas en cuello y frente. Esta historia tuvo un final feliz, y Malala Yousafzai, la joven de 15 años, cuyo único delito había sido querer ir a la escuela, sigue hoy luchando por los derechos civiles, especialmente de las niñas y de las mujeres, frente a los integristas y es que, como dice Malala: «existen pocas armas en el mundo que sean tan poderosas como una niña con un libro en la mano».

La educación es clave en la transformación de un mundo lleno de desigualdad, pero en la erradicación de las desigualdades de género es el elemento nuclear. Una buena política educativa con perspectiva de género nos permitirá acceder a una gran parte de la población, ya que las tasas de escolarización, incluso en países en vías de desarrollo, están aumentando. Y accederemos a las niñas y a los niños desde edades tempranas, pero también a sus familias, ya que la escuela es un lugar que facilita la socialización también de las personas adultas. Y accederemos durante tiempo, puesto que todas las tendencias internacionales, pedagógicas, feministas, económicas… coinciden en apostar por prolongar el período de vida escolar, fijando especial atención a la permanencia de las mujeres en el sistema educativo.

Y, en este punto, aparece con fuerza la sororidad geográfica que nos lleva a denunciar la enorme brecha que hay entre niñas y niños para acceder a la escuela en zonas como el oeste de África, donde hay una diferencia de hasta 24 puntos entre los niños que consiguen alcanzar la educación secundaria, frente a las niñas que lo consiguen o casos más sangrantes como Mauritania o Níger donde sólo alcanzan la secundaria la mitad de las niñas que entran el sistema educativo. Y es que entre las dificultades que se encuentran los niños y las niñas, éstas siempre lo tienen más difícil.

En los países en vías de desarrollo, los largos desplazamientos hasta la escuela, pone en peligro la integridad física de las niñas, ya que al hacer recorridos habituales, permite controlar sus movimientos y las hace especialmente vulnerables a secuestros y agresiones sexuales. El coste de la educación (tasas, alojamiento, material escolar...) en familias con muy escasos recursos hace que se priorice la escolarización de los niños frente a la de las niñas. Consideraciones económicas y culturales que hacen de las niñas un medio para aliviar las economías familiares a través de su venta o matrimonios muy precoces, prácticas que, por supuesto, las aleja del mundo escolar.

Sirva como ejemplo el hecho de que en algunas aldeas Masai las niñas sólo irán a la escuela si se consideran inútiles desde el punto de vista productivo, es decir, si no se pueden casar, si tienen alguna discapacidad y no pueden trabajar en el campo…Y no podemos olvidar el reclutamiento de niñas como esclavas sexuales, un fenómeno que impactó en la opinión pública en 2014 con el secuestro por parte de Boko Haram de 276 niñas en una escuela, pero un fenómeno que se da a diario y no en lugares tan lejanos.

Creo que, hasta esta línea, nuestro imaginario interlocutor incrédulo podría darnos la razón y convenir que hay una brecha real en el acceso a la educación, entre niños y niñas en países en vías de desarrollo. Acerquémosle ahora a lo que está pasando al lado de su casa. Sí, en nuestros pueblos y ciudades, también hay brechas en el acceso a la educación entre hombres y mujeres.

Tenemos colegios que practican la llamada «educación diferenciada», colegios que eligen a su alumnado por razón de sexo, es decir, que sólo matriculan niños o niñas.

Otra brecha con carácter de género es la existencia de una brecha cultural que sigue empujando a las chicas hacia profesiones tradicionalmente vinculadas a repetir en el mundo profesional los roles que la sociedad patriarcal nos asigna, es decir, el cuidado de las personas en un sentido amplio del término (ciencias de la salud, enseñanza…) y por tanto esa fuerza invisible pero que existe en nuestra sociedad aleja a las chicas de la elección de profesiones tradicionalmente consideradas masculinas con un perfil más tecnológico o científico.

Y tenemos ejemplos, más concretos, pero que la hipocresía los hace casi igual de invisibles. Y es que es necesario visibilizar una realidad que hasta que no tenga una buena repercusión mediática no podrá ser erradicada. Nos estamos refiriendo a la mayor dificultad que tienen las niñas gitanas respecto a los niños gitanos, ya no de acceder al sistema educativo, sino de mantenerse en él.

Un dato significativo: el 60,7 % de los alumnos gitanos pasan de Primaria a Secundaria, mientras que en el caso de las alumnas gitanas sólo pasan un 39’3%. Es decir, casi un 60% de niñas gitanas están fuera del sistema educativo en una edad crítica para su desarrollo personal y su integración social.

Y, llegados a este punto, no podemos dejar de hace una referencia, a modo de estrepitoso fracaso colectivo, largamente consentido, a la situación del colegio público La Puebla, hoy ‘Luis del Olmo’. Un centro en el que sólo hay matriculados estudiantes de etnia gitana, a los que ese aislamiento les dificultará su integración social, laboral y cultural, en el que hay niños y niñas sí, pero que cómo hemos visto, la brecha entre nosotras y ellos es real, porque entendemos que es una denuncia que procede en una humilde tribuna feminista como esta.

La situación está cambiando, pero demasiado lentamente. Nuestras niñas, nuestra sociedad en general, no pueden seguir esperando para alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres. Visibilizar logros importantes ayuda a crear referentes positivos, viables y por tanto asequibles para las niñas y sus familias. Resaltar en las referencias a María Hernández o a Blanca Romero su etnia gitana, no debería considerarse como algo discriminatorio.

Es un dato, que todavía hoy es noticia por lo excepcional: en el caso de María Hernández, por ser la primera concejala gitana en el Ayuntamiento de León, y estudiante universitaria; en el caso de la berciana Blanca Romero, por ser con 14 años campeona del mundo de muay thai y estudiante de secundaria.

Mujeres como ellas reducen las brechas, unas brechas reales y profundas que exigen gran determinación y un mayor grado de dificultad para conseguir los objetivos, unas  brechas que demuestran la existencia, hoy y en nuestro entorno, de desigualdad efectiva entre mujeres y hombres.
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