Si el echarpe aciende a mantón

11/11/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Cuando los echarpes son de colores huelen a fiesta, danza, panza, feria, folklore o celebración. Los echarpes de la vida y el frío son negros como la noche de helada que combaten.

Las abuelas combatían la rocío de los amaneceres y la dureza de los anocheceres envueltas en su echarpe. Los subían de los hombros a la cabeza, lo ajustaban a la cara para que no entrara el frío por los laterales y seguían su camino contra viento y marea.

Con el viejo y artesanal echarpe negro. El que habían tejido con sus propias manos en noches de hila y conversación.

Eran echarpes amplios pues no eran pocas las ocasiones en las que el cuerpo agradecía que le dieran dos vueltas. Eran amplios porque no eran pocas las ocasiones en las que algún nieto se apuntaba a acurrucarse entre el calor del pecho de la abuela y la protección del echarpe negro. No había otro cielo más asequible para quien no podía comprar el cielo.

Una recordada pareja de hojalateros recorría la montaña estañando cazuelas. Él con un cajón, ella con un enorme echarpe negro bajo el que guardaba a una hija que nadie veía pues viajaba de la espalda al pecho, para mamar, sin asomar la cabeza a un mundo de fríos y hostilidades.

Nadie la escuchó jamás llorar, le gustaba su casa.

Como nos gustan los echarpes de colores, porque la vida es más liviana.
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