30/03/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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El pasado martes el pequeño Dimas tuvo que hacer uso de la sanidad pública, esa que algunos prefieren liberar pero que no dejan de usar. Quizá piense la temida Negrilla cuando lea esto, que el incidente fue por llevar al pequeño Dimas en el coche y sin chichonera, en uno de esos viajes en los que desgasto la ruta de la plata, y en los que pongo a prueba la amortiguación del coche a través de los más de 1.800 baches que tiene la jodida carretera. Cada vez que paso por ese tramo satánico, indigno e infecto, tengo que parar para ajustar la silla del niño porque el pie de apoyo siempre acaba por desencajarse. Ir por esa vía es confirmar que Dios existe. Aún no sé cómo a los responsables no se les ha caído la carona gorda de la vergüenza. Tal es la situación, que he decidido transitar por la izquierda aún a riesgo de llevarme una partitura a casa, porque no estoy dispuesto a jugármela y joder el coche.

¡Oído políticos! Cómo dice un buen amigo mío y compañero, en breve votaremos y, este puede ser un gran motivo para sacar el pañuelo verde.

Volviendo al asunto del principio, que con esto de la carretera me pierdo, efectivamente fuimos a urgencias del Hospital Universitario de León, por motivo diferente. Nueve y media de la mañana y allí había más gente que en el Encuentro de la Procesión de los Pasos. Tras la protocolaria toma de datos, esperamos (muy poquito) en una sala en la que había varias gentes, de distintas edades y procedencias.

Un celador pasó lista, como en el colegio. La gente respondía como podía o como sabía, hasta que un señor mayor ataviado con jersey de pico, corbata y carpeta azul con gomas, respondió: «¡Servidor!»

Una simple palabra que me hizo reflexionar sobre la poca educación que manejamos en estos tiempos modernos.

Tal fue el impacto, que si yo fuese el médico, no hubiera tenido reparo en colar a ese hombre, me ganó. Una simple palabra, servidor, que seguramente para muchos no signifique nada, pero que hizo que los que respondimos: ¡Aquí!, ¡sí!, o los que no levantaron la mirada del móvil, quedáramos como unos ‘piernas’.

Me quito el sombrero ante esa educación y forma de estar de una generación que no estuvo tan titulada como las de ahora. Al médico no se puede ir en chándal como Rosalía, eso tenía que estar penalizado y bajarte al último de la lista. Al médico se va bien vestido y lavado, como toda la vida se hizo.

Les diré que el asunto médico no fue a más y todo se resolvió muy rápido, tan rápido como nos atendieron y nos vieron. Que no les quepa la menor duda de que la sanidad y las pensiones son nuestra red, pero esos, son debates de los viernes.
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