Ser naturaleza

Aparece publicado el último Premio Generación del 27, 'Suavemente ribera' del poeta leonés Antonio Manilla

Bruno Marcos
16/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
El poeta y escritor leonés Antonio Manilla. | MAURICIO PEÑA
El poeta y escritor leonés Antonio Manilla. | MAURICIO PEÑA
«El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea, / pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea / porque el Tajo no es el río que pasa por mi aldea». Lo escribió Alberto Caerio, uno de los poetas inventados por Fernando Pessoa para elaborar en su conjunto una voz nueva hecha de muchas, sus heterónimos. Caerio es un poeta de lo sencillo, Pessoa a través de él expresa una visión del mundo pegada a la materia aunque él mismo se asombra en uno de sus poemas de que se le califique como poeta materialista y hasta de poeta, contesta: «Yo ni siquiera soy poeta: veo». Para Caeiro no hay esencias, ni símbolos, ni ideas, ni misterios, sólo cosas existentes y eso basta y eso es bello.

En el último libro del poeta Antonio Manilla (León, 1967), titulado ‘Suavemente ribera’ (Premio Generación del 27, Ed. Visor) hay un poema que me ha recordado este de Caerio-Pessoa: «He visto cuanto es bello / a juicio de los hombres en la tierra y existen cosas que a mi pueblo igualan, / más nada lo supera». Lo que hacen aquí estos poetas no es decirnos algo absurdo, que su río o su pueblo sean realmente más bellos que las cosas más bellas del mundo, sino que la belleza es para ellos algo subjetivo, soldado a la memoria, a las experiencias y al territorio.

No es nuevo bajo el sol, ya dejó dicho la poeta Safo de Lesbos en la antigua Grecia: «Lo más bello es lo que amo». Y eso que ella estaba en el núcleo generador de uno de los planes más completos de la Historia para elaborar un canon objetivo de lo bello. No en vano muchas veces Manilla poetiza como un clásico, interpela como los poetas latinos, habla al lector —o a sí mismo— en segunda persona, da consejos y en ocasiones es como esas estelas funerarias griegas que hablaban al caminante… En un libro anterior había escrito su ‘Carpe diem’ al revés, como un Horacio seguidor del Marcel Proust de ‘En busca del tiempo perdido’ exhortaba en él no a exprimir la flor del día sino la intensidad de los recuerdos, enlazando así con la tradición decadentista y postromántica.

En sus primeros poemarios recordaba a los provincialistas, que a principios del siglo XX practicaban el prosaísmo sentimental frente a los excesos retóricos del modernismo, pero en el que ahora aparece se ha esencializado su voz, paseando bajo balcones de oscuras golondrinas Bécquer se ha alejado a las afueras y se ha encontrado con Machado, que salía por los caminos de la tarde.

Aquí ya casi todo es paisaje, la tristeza anterior de las calles sombrías en las que latían los recuerdos da paso a la observación del campo abandonado, del mundo rural perdido, despoblado, subtitula un poema ‘demotanasia’. El subjetivismo cede sitio a una mirada más objetiva y, aunque esta sigue siendo elegíaca en su mayor parte, sucumbe finalmente a la pura contemplación de la naturaleza como algo vivo en el tiempo. ‘Suavemente ribera’ es un deseo de ser naturaleza: «dejadme ser, / sin que nadie lo advierta, / a vuestro lado / aire de otoño, / desmoronada peña, / árbol de orilla: / suavemente ribera / mientras el tiempo pasa».
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