Septiembre, cuando huyen los mirlos y quedan los gorriones

Cuando llega el otoño se produce una gran cambio en los pueblos, un proceso que comenzó en los 70

Fulgencio Fernández
26/09/2022
 Actualizado a 26/09/2022
Los chavales aprovechan los últimos días de sol y las últimas jornadas sin clase para tener la sensación de prolongar el verano que se fue. | FERNANDO RUBIO
Los chavales aprovechan los últimos días de sol y las últimas jornadas sin clase para tener la sensación de prolongar el verano que se fue. | FERNANDO RUBIO
Contaba Julio Llamazares en un viejo artículo, en el que analizaba cómo los pueblos de la provincia se iban despoblando al llegar el invierno, que percibía en esta huida de los rigores del invierno una especie de tres turnos de sacar el billete de vuelta. Se van los primeros al llegar septiembre, aquellos jubilados con obligaciones familiares —de sus hijos—que tienen que llevar y recoger a los nietos al colegio; un segundo turno es el de los que anuncian que aguantarán «hasta el Pilar», una fecha de referencia en los pueblos de influencia de ferias como las de Boñar y Villablino, que se celebran ese día; y los últimos resistentes aguantan «hasta los Santos», una vez cumplido el rito de visitar y honrar a los familiares en el cementerio era el momento de volver a los cuarteles de invierno.

Seguramente estas fechas han variado con el paso del tiempo y la llegada del mes de septiembre deja prácticamente vacíos muchos de nuestros pueblos que vivieron el corto verano de los regresos. Es cuando los lugareños afirman aquello de que «se han ido los mirlos y nos quedamos los pardales».

Hemos repetido cada lunes que los años 70 son los protagonistas de los recuerdos que Fernando Rubio atesora en forma de fotografías. Y en ellas encontramos que ya hace 50 años que comenzó este éxodo de vecinos que ha ido creciendo de manera imparable y provocando las típicas estampas de otoño en la ciudad, las mujeres que se reúnen a hablar ‘por comarcas’, los paisanos que se citan en las boleras o en una ruta de bares en las que saben que andan las gentes de sus comarcas, matando la nostalgia de lo que abandonan. Además de los ‘parlamentos’ que tradicionalmente se forman en la Plaza de las Palomas o alrededores, y que ya han pasado por este rincón de recuerdos setenteros.

No hay mejor momento que el otoño para empezar a olvidar las cosas que nos molestan. Dejad que se suelten de nosotros como las hojas secas... ‘Viaja’ Fernando Rubio hasta estos recuerdos otoñales, una palabra tan denostada olvidando caras tan positivas como la explosión de colores de nuestros bosques, uno de los espectáculos más llamativos de estas fechas. También apuesta por ver la cara positiva de estas fechas y acude a una reflexión de Paulo Coelho para refrendarla: «No hay mejor momento que el otoño para empezar a olvidar las cosas que nos molestan. Dejad que se suelten de nosotros como las hojas secas, pensad en volver a bailar, disfrutad de cada momento de sol, que todavía calienta, calentad el cuerpo y el espíritu con sus rayos, antes de que se vaya a dormir y se convierta en una débil bombilla en el cielo».

Pues, a disfrutar. De la conversación en ese parlamento de mujeres que aparece en una de las fotos, con un paisano en medio, el que divide el grupo de las que visten de negro de aquellas que apuestan todavía por ponerle color a la vida y sus vestidos ¿Simple casualidad?

Disfrutar como los chavales que acuden al parque a prolongar el verano de juegos y bicicletas, pues recuerda Rubio que era aquel de 1971 un septiembre «suave», como el que ahora vivimos, con cambio climático por medio. «Septiembre es, más que enero, con su dios Jano que cierra un año y abre el siguiente, el mes que deja atrás el ocio (del latín «otium», es decir, lo que se hace en tiempo libre sin esperar ninguna recompensa o pago») y la vuelta al negocio «nec otium», esdecir, lo que no es ocio, lo que se hace por recompensa y marca el reinicio de la actividad cotidiana».

Lo que sí ha cambiado son los tiempos de vacaciones. En aquellos no tan lejanos años 70 los institutos dejaban pasar el mes de septiembre de aclimatación al regreso (los colegios privados no tanto), la Universidad aún más y nadie pensaba en regresar a las aulas antes del Pilar, como aquel turno de los que abandonaban el pueblo, del que hablaba Julio Llamazares en su viejo artículo, que más que artículo parecía un aviso de lo que se nos podría venir encima.

Y se nos vino. Se han ido los mirlos, quedan los gorriones.
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