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Sentimiento de pueblo

08/05/2021
 Actualizado a 08/05/2021
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No todos tienen la suerte de sentirse de un pueblo. No me refiero al hecho de haber nacido en él o haber morado allí durante un corto o largo periodo de tiempo. Evidentemente, hay una gran diferencia entre ser de pueblo y sentirse de él. En una época en la que nuestros dirigentes parecen decididos a estrangular poco a poco el futuro de las zonas rurales, es más necesario que nunca poner en valor a los pueblos. Huelga decir que el que les escribe, es y se siente de pueblo, más concretamente de Valencia de Don Juan, que si bien tiene desde 1950 el título formal de ciudad, es y será siempre mi pueblo.

Si se preguntan la razón por la que traigo a esta columna mis orígenes, la respuesta está impregnada de un insoportable aroma a tragedia. Tras el asesinato del cámara Roberto Fraile en Burkina Faso, me sorprendió descubrir por los medios de comunicación que si bien nació en Navarra y parte de su vida transcurrió en Salamanca, en vida reconocía que se sentía de la pequeña localidad leonesa de Valdespino Cerón, de donde procedía su madre. Fíjense si su afirmación era tan rotunda que su familia decidió que sus restos descansen en el que siempre será su pueblo eternamente.

Los que tuvimos la fortuna de habernos criado en un pueblo no nos extraña el sentimiento de Roberto Fraile y entendemos cómo personas como él, aunque sólo pasaran los veranos entre sus calles viviendo inagotables aventuras, se queden enganchados para siempre de sus gentes y de la forma de vida que rige el día a día en esas localidades que en la actualidad van languideciendo, hasta en casos extremos quedar como únicos moradores los inquilinos del campo santo.

No pretendo minusvalorar la vida en las grandes urbes ni erigirme en un supremacista rural, sólo busco rendir un más que merecido homenaje a los miles de pueblos de nuestro país y a su pasado, presente y espero que futuro. Ahora que tan de moda está el concepto de libertad, no conozco mayor ejemplo de ésta que la manera en la que muchas generaciones crecimos entre las calles de asfalto y de tierra. Me atrevería incluso a decir que vivimos y nos educamos, en parte, como una tribu en la que todos nos cuidábamos y nos protegíamos entre sí.

La vida es muy caprichosa y en algunos casos obligaciones personales o profesionales nos separan físicamente de nuestro pueblo, pero nunca nadie nos podrá despojar de los recuerdos dulces y amargos que tuvimos la suerte de vivir y que, sin saberlo, fueron esculpiendo lo que hoy somos, ciudadanos del mundo pero de pueblo.
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