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Senectud, fatal deterioro

26/01/2020
 Actualizado a 26/01/2020
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Si la juventud es «divino tesoro», la senectud es «fatal deterioro». Seamos humildes y precisos: «La vida humana existencialmente no es otra que el período de tiempo transcurrido entre dos inscripciones en el Registro Civil». Vivo en una ciudad y en una época donde los ciudadanosaparecen inscritos con mayor porcentaje en la segunda que en la primera, porque las defunciones superan cada vez en mayor medida a los nacimientos.

Cuando cruzo todos los días la plaza lustrada por un magnífico edificio de arte plateresco, con pasado histórico multiusos (hospital, convento, instituto, cuartel, cárcel y hospedería) dedicada a San Marcos, por las edades de los muchos que la frecuentan mientras el mal tiempo no lo impide, encajaría más llamarla Explanada del Inserso o Plaza de la Senectud. Viejos y viejaso, para ser más benévolos expresamente, ‘personas mayores’ o el eufemístico cliché de origen gabacho ‘tercera edad’, vegetan sentados en los bancos, libres de momento del geriático. Si acercas el oído, oyes hablar de variedad de asuntos, pero lo que no falta nunca es la conversación sobre las tres M.: medicinas, médicos y muertes. ¿Sabes que murió fulanito? Pues a mi me lo anda el doctor o la doctora X. ¿Y tú qué estás tomando? Y ahí sale a relucir: el Adiro, la Atorvastatina, el Paracetamol, el Ibuprofeno, el Lexatín, el Carvedidol, etc., etc. De esas minúsculas drogas llamadas pastillas depende hoy el alargamiento vital. Y de la cirugía y tecnología, unos ya no tienen vesícula biliar, o próstata, o parte del estómago, o llevan muellecitos en las arterías, tornillos en los huesos, marcapasos o válvulas de tejido de vaca o de cerdo en el corazón...

Es obvio que los medicamentos alivian los dolores y prolongan nuestra vida, sin los cuales esos ocupas de los bancos de San Marcos no estarían ya sobre la tierra por yacer debajo de ella. Pero en cada medicamento hay un folleto con cantidad de contraindicaciones. Leerlo entero causa tal zozobra que corre imperiosamente por nuestro vetusto cerebro la tentación de no tomarlo. Lo tragas a regañadientes por prescripción facultativa y te dices: ¡que sea lo que Dio quiera! Y así discurren los días, las semanas y los meses de gentes que, a falta de otra actividad, van ‘matando el tiempo’ antes de que el tiempo de la nada se les eche encima. Menciono estos pequeños avatares cotidianos a fin de evidenciar nuestra convicción de quecada vez más estamos en manos de que nos sorba el seso el milagro medicamentoso. Nos sentimos con ello similar a la euforia de la embriaguez. El que estos remedios químicos puedan tener su reverso en adición no parece inquietar demasiado.

El progreso ostensible de la medicina nos ha obsequiado con una nueva forma de dominio sobre nuestra existencia. La vida se amplía de un modo artificial, pero la culpa, el pecado, el sufrimiento, la angustia, la depresión, la desesperación, la soledad, todo lo que constituye la tragedia del hombre sobre la Tierra, sigue funcionando a pesar de todo, como también la conciencia de nuestra irremediable imperfección.

Vayamos a los clásicos: «Todo cuanto hay se burla del miserable hombre; el mudo le engaña, la vida le miente, la fortuna le burla, la salud le falta, la edad se pasa, el mal le da priesa, el bien se le ausenta, los años huyen, los contentos no llegan, el tiempo vuela, la vida se acaba, la muerte le coge, la sepultura le traga, la tierra le cubre, la pudrición le deshace, el olvido le aniquila, y el que ayer fue hombre, hoy es polvo y mañana nada». Baltasar Gracián dixit.
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