27/06/2020
 Actualizado a 27/06/2020
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Mi buen amigo Paco Jiménez, después de que le operasen de un hombro que se le dislocaba cuando forzaba un poco la máquina, y aún con las últimas secuelas de la anestesia, le comentaba al celador que le llevaba en una silla de ruedas, que lo que más le jodía era el ruido de la silla cuando chocaba con ese tipo de puertas que hay en los hospitales, de esas que se abren en dos hojas con solo empujarlas.

Pasados los días, tomando un par de cervezas y comentando aquella anécdota, Paco me aseguraba que aquello no fue producto de la anestesia sino que, efectivamente, le jodía y mucho, ese «clack, clack» que hacen las sillas cuando chocan con las puertas.

A la madre en apuros lo que más le molesta es que se le cuelen en la cola del supermercado. Es tal el grado de concentración y tensión en ese momento tan crucial, que muchas veces pienso que está esperando el disparo para salir como Usain Bolt.

Un buen amigo mío, hostelero granadino, me decía que si algo le sacaba de sus casillas, eran aquellos tipos que le preguntaban siempre si las croquetas que tenía en carta eran caseras.

A mi, a diferencia de ellos, me molestan muchísimas más cosas, porque soy más gruñón y más raruno. Hasta el punto de que cariñosamente más de un familiar decía que era como el perro verde. Pero entre todas, hay una que estos días destaca sobre las demás. Por encima de las piscinas, de los que van con chanclas, de los que aparcan a tu lado cuando hay cientos de sitios libres, de las tapas de verano (ensaladilla rusa, aceitunas y la campera), y no es otra que los listos que se pasean por la calle sin mascarilla.

Y se pasean por la calle, con tal chulería e impunidad que no dudaría en abofetearles al más puro estilo Fordiano.

Lo de que las reglas están para cumplirse, a muchos se les ha olvidado, y da igual el sitio en el que estés, recogiendo las notas en el colegio, en la calle, o en una tienda, que siempre está el iluminado que se cree superior por no llevar mascarilla.

El pasado fin de semana, un pub con nombre de serie de principios de los años ochenta la mangó dos veces. Por dejar el baile entre gentes muy juntitas y bien perfumaditas, cuando está prohibido, prohibidísimo y por tener la genial idea de subir el video a una red social, para indignación de toda España.

Hay quien piensa que la gente solo espabila si le tocan la cartera, imagínense si al Blake Carrington cazurro le hacen devolver todas las ayudas, o si a los sin mascarilla, les soplan 100€ en el momento, sin capacidad de reacción, con el datafono móvil a mano. Mejor nos iría, porque ya ha quedado claro que la jindama dura muy poco.

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