24/04/2022
 Actualizado a 24/04/2022
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Un día nos llevaron a los del colegio a una granja (no sé qué prefijo se pondría delante de la palabra en estos días) de ganado vacuno. Nos enseñaron, sobre todo, cómo inseminaban artificialmente a las vacas. La parte práctica era ‘hardcore’, con el guante ése hasta el hombro y maniobras bastante gráficas. Pero me quedé sobre todo con la parte teórica: el semen para fertilizar se compraba a ganaderos de diversas partes del mundo, que tenían unos fenómenos de toros. El campeonísimo era un tal Prelude –ay, memoria, mira qué cosas se te quedan–, que nos decían que tendría un millón de vástagos por todo el orbe. No sé si actualmente se controlarán más esas cosas para evitar la endogamia y que los nietos del mismo abuelo bovino acaben reproduciéndose entre sí, pero en aquellos tiempos todo era bastante laxo y en la granja se enorgullecían de que de una dosis de semen sacaban para embarazar a cuatro vacas, con lo cual la prole de Prelude debería ser aún más cuantiosa.

La singularidad es bastante extraña en tiempos de multiplicación sistemática. Nos vemos únicos y especiales, cuando no somos más que clones de otros que se creen igualmente únicos y especiales. El individuo está anatemizado entre continuas exhortaciones a pensar y actuar en colectivo, a hacer cosas por el «bien común». Las llamadas a salirse del rebaño conducen en realidad a las jaulas de estabulación. Poco a poco, la realidad se va reduciendo a unos pocos rostros: Elon Musk, Beyoncé, el calvo de Bezos…

Pienso en estas cosas mientras conduzco mi destartaladísimo automóvil para darle su dosis de cosa acabada en «ina» cual adicto dispendioso y escucho las instrucciones del GPS. Es una voz femenina, identificada sólo por un nombre. Puedes escoger entre tres por cada acento del español, lo cual puede dar una impresión de variedad. Pero todo se vuelve aún más extraño cuando oyes en el supermercado a la misma señora que te dice que, en la siguiente rotonda, cojas la tercera salida. Luego esa voz familiar vuelve a aparecer en un autobús de un lugar extraño, o en una cuña de audio que te llega por whatsapp.

En la prehistoria de las redes sociales había un grupo de Facebook que reclamaba la comercialización de un GPS con la voz de Millán Salcedo. Ahora que muchos famosos piden perras a cambio de felicitarle el cumpleaños a tu madre, es el momento de materializar aquel proyecto. Ya que vamos a toda pastilla hacia el abismo de la uniformidad, por lo menos estrellarnos entre espasmos de risa.
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