Imagen Juan María García Campal

Semana entre columnas

18/10/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Como ya en mis artículos previos creo haber fijado a suficiencia mi posición –partidaria del diálogo dentro de la Constitución– con respecto a realidad política que nos impone una parte de la ciudadanía de Cataluña y su gobierno autónomo, y como con respecto del independiente quehacer de jueces y tribunales y sus procedimientos garantistas suelo mantener silencio por esperanza y convicción democrática, me permitirán ustedes que esta semana, que paso entre columnas, me incline por hablarles sobre este escribir columnas, por más que en faldón aparezcan las que semanalmente suscribo. Claro quede pues que con ‘semana entre columnas’ me refiero: de una parte, a las de los autores que, de hoy y al viernes, participarán en el II Congreso León Capital del Columnismo y de cuyas voces procuraré aprender –y corregirme– cuanto me sea posible, y en el que participaré como tal de este periódico; y, por otra, a los textos de mi autoría (2007-2015) recogidos y presentados ayer como libro con el título ‘Cuadernos deshojados’.

Vivir una semana así me impone, por justicia y debida buena memoria, tener presente a nuestro maestro columnista y poeta Victoriano Crémer, cuyos artículos nos acompañaron más acá que él mismo y cuyo saber tiene éste «incurable aprendiz de escribidor» siempre presente y, más, a la hora de escribir, más que como columnista, que es suerte y privilegio sobrevenido, como sencillo ciudadano dado a ejercer su derechos de opinión y expresión por escrito firmado y rubricado. Cosa ésta no sería digna de mención aquí si no fueran por los cada día más ¿ciudadanos o individuos? que amparados en anonimato o pseudónimo cobarde –no todos los seudónimos lo son– lanzan cuanto escarnio y calumnia tengan a mala fe por varia vía de ¿comunicación?

Ya advertía el maestro Crémer en su artículo ‘Escribir en España’ que es este ejercicio «más que un duro experimento, un ejercicio de resistencia» o «que efectivamente escribiren España –y, a veces, hasta vivir, añado yo– es un frecuente rechinar de dientes y un atasco de sangres sublevadas». De ahí que, el que suscribe, ante el aspecto de la realidad que se le imponga, se siente cada semana –con gusto, no crean– a examinarlo a la luz de su pasión y raciocinio y procurar alcanzar el equilibrio que le exigen su presente y proyectos de hombre que se pretende y sociedad que ensueña, aplicando la enseñanza de Ezra Pound: «dada mi libertad, puede que sea un tonto al usarla, pero sería un canalla si no lo hiciera». No más este hombre hace.
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