08/07/2020
 Actualizado a 08/07/2020
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Las secuelas son huellas que no nos corresponden. Son tan inciertas como las pisadas que dejamos en la nieve y el tiempo acaba por borrar y, sin embargo, quedan impresas en la piel, en los sentimientos o en la misma existencia, que puede resultar insoportable.

Una causa es la proximidad de la muerte, generada por la pandemia vírica que no cesa, y el prolongado aislamiento involuntario. De repente, entramos en una dimensión desconocida. Quedamos aislados de nuestros semejantes y privados de la rutina cotidiana que nos sostenía. Solitarios y aburridos entre cuatro paredes, se produce el encuentro con uno mismo y el desconcierto. Para llenar el vacío, a algunos les da por leer o hacer deporte en el pasillo; otros empiezan a tocar la guitarra; o a hacer incursiones en la cocina; y otros descubren que su vida en pareja, entre cuatro paredes, es un desastre. Unas trivialidades, aprovechadas por las televisiones intervenidas, con el propósito de mostrar una sociedad idílica que no correspondía con lo que estaba pasando. Mera casuística.

Ya en la calle, el deportista va ganando peso; el libro inacabado, con la pestaña doblada en el último punto de lectura; el músico guardó el instrumento en el trastero y el cocinillas comerá lo que le prepare su madre, su mujer o latas de conservas. Amparados por la vuelta a la rutina, nos sentimos más libres, pero el miedo ha dejado sus secuelas y nunca volveremos a ser los mismos.

Se ha instalado el recelo hacia las personas: cambios de acera para no rozar con cualquier semejante. Rehuir a niños y adolescentes asíntomáticos. No saludar y hablar con cierta distancia; algo que no se concebía antes del desastre, porque es sabido que, para los españoles, ver es tocar. Palmadas en la espalda, apretones de mano, besos o agarrarte del brazo mientras escuchas con desgana. Son, eran, actitudes normales que hoy no son aceptadas y posiblemente no lo vuelvan a ser. Secuelas que nos someterán a unas nuevas pautas sociales y una reeducación forzosa porque, lo que hasta ayer era normal, hoy es una aberración.

Pregunto: ¿Si ves que una persona se desvanece en la calle, te acercarías a ayudarlo o llamarías al tedioso 112? Tu tienes la respuesta. Y te respondo: si optas por la segunda opción, ya estás marcado por las secuelas. Que se está produciendo un cambio, es evidente, pero no tiene que ser para mejor.
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