04/02/2022
 Actualizado a 04/02/2022
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Claro que no es normal que las crónicas meteorológicas hablen ya del pasado mes de enero como el más seco y caluroso de las últimas décadas, o quizás desde que se tienen datos recopilados. Tan seco como que no ha caído una gota de agua ni de nieve si exceptuamos alguna zona de montaña, y tan caluroso que no ha parecido un mes del invierno leonés si exceptuamos varias noches de heladas, que por otra parte no debe de resultar nada extraño. En clave agrícola, este tiempo seco ha sido ideal para rematar una excepcional campaña de recolección de maíz, para recoger en mejores condiciones que nunca la cosecha de remolacha, para concluir las siembras de los cereales de invierno, y para preparar las fincas de cara a los cultivos de primavera. Desde el punto de vista de la agricultura este enero atípico no ha ocasionado pérdidas, pero es verdad que ahora el campo ya pide agua, y parece que por ahora no está fácil de caer. Es casi un milagro que con lo poco que ha llovido nuestros embalses se encuentren a una media del 72 por ciento de capacidad, y aunque en algunos como Villameca y Barrios de Luna la situación está peor, por ahora se mantienen las expectativas de que sigan recuperando y por lo tanto tengamos una campaña de riego sin sobresaltos. Lo que más perjudica a la agricultura y la ganadería es lo que no se puede predecir, lo que no se puede planificar, y la climatología siempre ha sido así, pero ahora, con el cambio climático, ha ido a peor. El agricultor adapta sus labores y sus cultivos al año meteorológico y trabaja con unas previsiones basadas en la estadística, en la observación de lo meteorológico durante toda una vida y durante la vida de varias generaciones que han trasmitido sus vivencias, pero todo esto no sirve para nada si nos enfrentamos, como todo parece, a una climatología todavía más imprevisible de grandes contrastes. Nuestra agricultura tiene que prepararse para un escenario de cambio climático que no significa necesariamente que vaya a llover menos, ni que vayamos a vivir en un verano permanente.
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