Sebito, que estás en los cielos

Por Víctor M. Díez

Víctor M. Díez
20/11/2022
 Actualizado a 20/11/2022
Los poetas Antonio Manilla y Víctor M. Díez, autor del obituario, rodeando a ‘Sebito el del Montecarlo’. | L.N.C.
Los poetas Antonio Manilla y Víctor M. Díez, autor del obituario, rodeando a ‘Sebito el del Montecarlo’. | L.N.C.
Creo que era su compadre Julio Llamazares, el que le bautizó como «el mejor camarero del mundo». Eusebio, el del Montecarlo. Qué mejor título para este paisano tan auténtico como su arte.

Leoneses: Sebi ha muerto. Cómo describir el encanto de su persona, su habilidad social para tejer tertulias, compadreo, travesuras. Su mano para crear parroquia y hacer lugar. Eusebio era casa. Hoy, una casa desolada al alba, en que Choni, Susana, Lorena y sus nietines llorarán como lloramos, nosotros y nosotras, en su memoria.

Decir ‘el Montecarlo’, era decir aquella mezcla maravillosa de parroquia de pueblo, de cine de barrio, de casino de casa, de las mil y una noches, de tasca con casta, de cuarto de los cabales, de película de Felllini… Mil copas y botellas que hubiera, mil brillaban como la primera.

Cómo describir el encanto de su persona, su mano para crear parroquiaAquello, todos ustedes los saben bien, era puro neorrealismo leonés de El Ejido. La obra auténtica de un director de escena de aquellos que salían en la película. Eusebio, siempre arrastrando sueño a la hora del vino y de las partidas y de la cervecita vespertina, hasta que, al caer la noche, cambiaba la luz y sus ojos de niño travieso de Puente Castro, chispeaban. La noche era su territorio. Y aquella tribu suya se dejaba hacer.

Allí había burlangas, tenderos, policías y bomberos, señoritos, mujeronas y muchachas, tasqueros de fin de turno, abogados, novios, ancianos centenarios, albañiles y coristas, poetas y suicidas. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se mezclaba la vida a deshora. Y el fin de semana, el salón se constelaba de fiesta. Cumpleaños o natalicios (que no se le pasaba uno), bengalas, flores, cócteles y pasteles.

Recuerdo la última noche del Montecarlo, la hora de cerrar por última vez. Como Sebito nos acompañó a Jose (que era y es como un hijo para él) y a mí, que era vecino, amigo y cliente, hasta la puerta de aquel lugar ya casi a oscuras. Parecía un santuario. Nos abrazó y nos dijo, ahora dejadme solo. Qué solos nos dejas tú, Sebito, amigo.
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