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Sean Thornton cuelga las botas

14/05/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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La historia que narra la película ‘El hombre tranquilo’ (John Ford 1952) habla de un veterano boxeador (Thornton) que vuelve a casa, a intentar olvidar una mala experiencia y reconstruir su vida en la tierra que lo vio nacer; en las verdes praderas irlandesas, en ese pueblo ya memoria colectiva para todos llamado Inisfree.

La historia de Juan Bardal, jugador de la Cultural y Deportiva Leonesa, tiene algo de todo eso. Un largo periplo de muchos años, por casi cada punto cardinal de esta España indolente que también hizo víctimas a los futbolistas de la desproporcionada construcción, para volver a su tierra y ser feliz, o al menos intentarlo. Dos deportistas que sellan una etapa de su vida en los verdes parajes de, en este caso, Irlanda y León.

Sin contar lo mismo, cierran filas algunas similitudes y tres palabras: deporte, hogar y vida. Sin tragedia pasada, como Thornton, el currículo de Bardal transita desde su primer club, el Atlético Astorga, hace dos décadas, pasando por muchos: Valladolid, Coruña, Jerez, Lugo, Benidorm, Cuenca y Pontevedra para volver a su casa, o casi. Y es que como él mismo dijo hace unos días, «no he sido un culturalista de cuna pero ahora soy uno más de ellos». En Astorga, al contrario de lo que algunos creen, hay mucho sentimiento leonés.

Pero como algunos de ustedes habrán podido adivinar, no he escogido por casualidad la obra maestra de Ford para comparar a su protagonista con mi amigo. Bardal, como muy pocos futbolistas de su época, siempre tuvo más cosas en la cabeza que un balón. Ha sido un deportista atípico, que si bien no ha llegado a la élite de su profesión sí ha procurado enriquecerse, pensar y ser más inteligente que muchos de sus compañeros, que ahora se ven abocados a pagar con nominas de tercera hipotecas y coches que compraron con sueldos de primera. Si ha habido (y aún hay) una categoría peligrosa en ese sentido siempre ha sido la Segunda División B. Toda una montaña de naipes que ha terminado por caerse, cual edificio inacabado por quiebra del promotor.

Juanín estudiaba magisterio en Valladolid mientras muchos de sus compañeros vivían una irrealidad cavada en un hoyo profundo. Bardal aprendía inglés, se titulaba para poder ejercer de entrenador. Leía, veía películas, hablaba de política o de viajes, de cultura o educación. Estoy realmente orgulloso de cómo alguien que empezó a ganar un buen dinero desde muy joven ha sabido mantenerse tranquilo. Ahí quería llegar. Juan es, como Sean, otro hombre tranquilo.

Un hombre que además, sigo ligando el tema de la comparativa, adora esta película, una de sus favoritas. Un tipo que ama a Ford y ha leído ‘El guardián entre el centeno’ merece la pena escucharlo. Tenerlo en cuenta. El joven Sancho (un disfraz le puso el mote), que todavía no tiene un suegro como Will Danaher, cuelga sus botas de la misma manera que las llevó durante 20 años: con tranquilidad. La calma de quien sabe que solo cierra una etapa para abrir otra, de quien se siente seguro de cosechar el mismo éxito a partir de ahora, quien ha vivido del fútbol pero nunca obsesionado con él, sabiendo que la algún día, siendo aún joven para todo lo demás, tendría que cerrar el quiosco. Lo ha hecho de una manera modélica.

Si hubiera más futbolistas así este deporte no sería, como es, un nido de imbéciles que se creen dioses, y lo que es peor, un nido de tontos que imitan a esos que se creen dioses, con sus neceseres de Louis Vuitton entrando en las instalaciones de equipos de tercera con aires de ‘Champions’, y sin más objetivo en la vida que hacer bien el corazón con las manos cuando marcan un gol. Gente que no calza ni mesas con un libro. Juan Bardal, como algunos más, dignifica el fútbol, lo hace respetable. Un deporte que sin él a partir de ahora, será de nuevo un poco más burdo, déspota e ignorante.
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