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Se desata la pasión (electoral)

15/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Hay síntomas bastante evidentes de que la política del siglo XXI vive un momento descafeinado, por mucho que nos digan y nos repitan que vivimos el tiempo de las generaciones mejor preparadas. También es cierto que, después de cuarenta años de dictadura, mal estarían las cosas si la democracia no hubiera devuelto a España a un nivel cultural cuando menos aceptable. Pero yo no tiraría tanto las campanas al vuelo, porque hoy la estadística y el sondeo sirven para explicar a menudo una cosa y también su contraria, tal es el grado de confusión que nos rodea. Si de política hablamos, tengo la sensación de que los mensajes son cada vez más simples y previsibles, cuando no maniqueos y pueriles, y no encuentro más explicación que un contagio de la sociedad en que vivimos, cuyos males, a mi modesto entender, son precisamente esos: enorme superficialidad, ausencia de pensamiento crítico profundo y un seguidismo preocupante de las modas mediáticas y de las redes sociales.

Claro que esos síntomas de flojera y simpleza en los mensajes (empiezo a creer que los partidos tienen a los votantes en poca consideración intelectual) son ya una cosa generalizada. También esto se ha globalizado. Vean la torpeza política que caracteriza gran parte de estas dos décadas que van del siglo XXI, empezando, claro, por Trump, y siguiendo por el desdichado asunto del Brexit que ya es motivo de mofa en muchos lugares, y singularmente en el propio Reino Unido. No es normal, salvo inexplicable bajón en las capacidades intelectivas o culturales, que se pueda perpetrar semejante carajal político como el que May dirige o intenta dirigir. Hay una bruma que nos envuelve, que nos hace comulgar con grandes ruedas de molino, y encima celebrarlo. Y lo peor no es errar, que eso es algo muy humano, como decían los clásicos, sino perseverar una y otra vez en el error, apuntándose con pasión surrealista a la máxima bien conocida de ‘sostenella y no enmendalla’. Tienes la sensación de que se prefiere mantener la tensión, el lado agrio y antipático de la vida, la constante incomodidad, incluso el desprecio sistemático del otro, si eso puede producir algún tipo de ventajas a quien lo hace. Lo vemos globalmente, ya digo. Lo vemos en las redes sociales. Lo vemos en no pocas declaraciones de líderes importantes. Y creo que la campaña electoral que ya está en marcha no se aparta mucho de esta idea, salvo alguna cosa.

Ya sabemos que hay razones que explican esta campaña peculiar, que muchos consideran histórica. Razones de estrategia, desde luego, derivadas de la fragmentación del voto y de la gran cantidad de indecisos (abrumados, quizás, por las posibles combinaciones y pactos). Eso que Tezanos ha llamado en alguna radio la incertidumbre bonita. Bonita en cuanto que proporciona suspense y no pocas dosis de morbo (periodísticamente hay que reconocer que la cosa promete), pero no tan bonita para los partidos, que no logran adivinar exactamente lo que va a ocurrir, más allá de algunas tendencias que parecen marcadas, pero que podrían estar sometidas a grandes vaivenes en numerosas circunscripciones. La gran pasión dialéctica está llevando a lo que en fútbol llamaríamos juego directo: simplicidad, o más bien simpleza, empezando por los eslóganes. Palabras clave que no necesiten explicaciones complejas, sino que tengan el mismo valor que un producto en una campaña de publicidad. Y sí: algunas situaciones surrealistas. Claro que, ante el panorama que se presenta, lo importante es diferenciarse del otro, especialmente si hay varias ofertas en el mismo lado de la balanza política.

Esta campaña (que ya dura muchos días, aunque oficialmente acabe de empezar) discurre en medio de los apasionados días de la Semana Santa, y quizás los ciudadanos utilicen las vacaciones (los que las tengan, evidentemente) para escapar de la marea de mensajes y de las apelaciones constantes al voto. No diré que, para muchos, tanto ruido electoral sea un calvario, o un vía crucis, pero está claro que el ciudadano medio necesita desconexión y paz, también un poco de alegría, después de atender a los muchos afanes de la vida diaria, a las fragilidades económicas, a las preocupaciones domésticas, en lugar de tener que contemplar tanta refriega, tantas expresiones desabridas y tanta agresividad verbal. Estas elecciones han dejado atrás el modelo tradicional de partidos (aunque el bipartidismo, paradójicamente, parece que se refuerza otra vez), para plantear una situación novedosa, fragmentaria, y, por tanto, inestable. Sin embargo, no faltan politólogos que ven grandes ventajas en la ausencia, más o menos probable, de una gran mayoría el próximo 28 de abril.

Estas son unas elecciones que han santificado el hiperliderazgo por encima de las marcas de partido. Cinco líderes, hombres todos (conviene recordarlo), de edades moderadas, o directamente jóvenes, de buen ver en la cartelería y ante los objetivos de las cámaras, que, a pesar de ese toque moderno, compiten con una dureza verbal extrema en bastantes ocasiones, al menos algunos de ellos, más desde el mensaje simple que otra cosa, sin revelar del todo pactos futuros, luchando en territorios afines en los que se podrían cosechar muchos votos si las opciones no estuvieran muy repartidas. No es cosa de los extremos, como se sugiere a veces (ahí todo parece decidido), sino más bien de ese lugar en el que convergen la izquierda y la derecha, un lugar sin dueño definitivo. Un lugar para conquistar.

La pasión electoral parece más cosa de los políticos que de los votantes, aunque se augura gran participación. Todo tiene aspecto de puzle o laberinto, y se sabe que el ascenso en un lado implicará una bajada en el lado contrario, como si de vasos comunicantes se tratara. La estrategia varía de un día para otro, pues no hay un escenario definitivo. Todo fluye. En este punto se inscribe el asunto de los debates televisados. La televisión sigue resultando fundamental en la campaña, por mucho que algunos trabajen las redes y los canales alternativos. Sánchez ha decidido aceptar sólo el debate a cinco de Atresmedia, que incluye a Vox. La televisión pública ha recibido con amargura esa decisión, que juzgan incomprensible e incoherente. Vox, por ley electoral, no podía estar, nos dicen, en el debate de la televisión pública. Pero los expertos creen que Sánchez ve grandes ventajas en la presencia de Vox, porque obligará a una clarificación de posturas, a una escenificación de lo futurible. La estrategia vuela con pasión por encima de todas las cosas.
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