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Se agotan las certezas

07/03/2022
 Actualizado a 07/03/2022
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Apenas han trascurrido 10, o 12, días desde el comienzo de esta guerra provocada por el Zar de todas las Rusias, Sr. Vladimir Putin, para que el mundo ya tenga la sensación de que la raza humana no espabila, ni tiene trazas de ser capaz de aprender del pasado. Basta que una mente criminal, instalada en un puesto de máxima autoridad, se invente un motivo para comenzar de nuevo una hecatombe, para que todo aquello en lo que creíamos fundamentar nuestra percepción del mundo se venga abajo como un castillo de naipes.

La declaraba muy bien Margaryta Yegovenco el miércoles en El País, contando las vicisitudes de su familia encerrada en algún lugar de Ucrania y sometida al tormento de los ataques de las tropas del Gran Déspota ruso, cuando afirme: «En el sexto día de la guerra, se agotan las certezas». Y añade para poner un ejemplo: «Las ciudades pequeñas y pueblos ucranianos no han resultado ser santuarios de seguridad, sino ratoneras».

¿Y, para esto tuvimos algunos que nacer durante la famosa Batalla de Estalingrado (1.941) cuando el ejército ruso demostró que se podía hacer frente a aquel otro loco que había lanzado su poder de destrucción sin ningún otro motivo que contabilizar la mayor cantidad posible de muertos? ¿Para eso hemos tenido que vivir? ¿Y hasta vivirlo en las propias carnes? ¿Y comprobar que la guerra fría en realidad no lo era tanto como para congelar los radiadores de los carros de combate?

Se agotan las certezas. Nada es como debía ser. No aprenderemos nunca. Nunca escarmentaremos. El otro seguirá siendo algo que podemos abatir a conveniencia. A cambio, eso sí, de apoderarnos de lo que tenga. Y el cronista se pregunta: ¿Es real la realidad? ¿No estaremos viviendo/ teniendo un terrorífico sueño? Por ello ha recurrido a un viejo libro de Paul Watzlawick, publicado por Herder, en su 8ª edición de 2003, y buscando alguna razón para que los soldados rusos obedezcan a ciegas las órdenes de matar a otros seres humanos que incuso muchos de ellos hablan su misma lengua y pertenecen a su mismo ámbito cultural. ¿Pueden hacer otra cosa? Claro que pueden. Pero deberían ser humanos y estar dispuesto a morir antes que matar a otro.

«Se obedece pero no se cumple». Fue un lema inventado por los oficiales desplazados a saquear las Indias, negándose a cumplir ciertas ordenes llegadas de la corte.

En efecto: no es real la realidad. Lo que es real es la confusión, la desinformación, la comunicación. Tal vez no seamos reales ni nosotros mismos. ¿Sino, cómo se explica que podemos soportar lo que está sucediendo?
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