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Santa Isabel y la geografía de la locura

25/04/2021
 Actualizado a 25/04/2021
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Pensar que estás loco. Seguro que hay otros sentimientos más universales, pero pocos son tan fácilmente explicables. Ese niño que, aún sin saber exactamente cómo opera el mundo, siente que tal vez su cabeza no funciona bien. Y en ese ‘bien’ están encerrados casi todos los dramas de este siglo.

Ahora ya no se estila decir ‘loco’ o ‘loca’. Se evitan las geografías que una vez nos sirvieron para orientarnos en la más actual expresión de ‘enfermedades mentales’. Porque la locura tiene mucho de lugares. En Guipúzcoa estaba el sanatorio de Mondragón, donde estuvo el gran poeta loco, Leopoldo María Panero, y del que Javier Gurruchaga sacó el nombre para su orquesta de música algo demente. Aquí teníamos Santa Isabel, y allí mandábamos a amigos y enemigos, en lugar de a freír espárragos u otras expresiones no tan propias de estas latitudes. Pero un día los manicomios cerraron: los que tenían fugas en la azotea dejaron de estar recluidos y tocó replantearse nuestra relación con estas dolencias.

Sin embargo, en nuestro afán por visibilizar y no estigmatizar se han cometido algunos errores. Uno es el sobrediagnóstico: situaciones que antes eran consideradas habituales tienen ahora una etiqueta y, por tanto, un tratamiento. Es decir: pastillas. La filósofa neerlandesa Joke J. Hermsen, autora de ‘La melancolía en tiempos de incertidumbre’, (Siruela) explica que en su país se extienden cada año cuatro millones de recetas de fármacos para la depresión, ansiedad y los desórdenes de atención. Esto es una por cada cuatro habitantes. O lo que es lo mismo, arreglar a brochazos gordos algo que necesita pincel fino para los detalles.

Igualmente, en el respetable afán de no dejar atrás a quien sufre de desórdenes del sistema nervioso, se ha equiparado el razonamiento de cuerdos y de enfermos. Y se califica de discriminación el señalar reflexiones que tienen poco o nada de racionales, y sí mucho de disfuncionales. Incluso el tradicionalmente cerrado entorno académico ha sido tomado por gentes que podrían estar perfectamente toreando coches con un abanico, como aquel paisano que se ponía en el puente de maristas.

Recuerdo cuando me reía de Freud como si fuese un charlatán esotérico que se sacaba las cosas de la manga porque sí. Cómo me he tenido que comer mis palabras. Cómo clavó, el cabrón, lo que terminó siendo el mundo. Si incluso los posicionamientos políticos de la peña pueden ser fácilmente descifrables a partir de un estudio de sus vidas y de los cuatro traumitas y neurosis clásicos.

Dicho lo cual, es preferible estar un poco ‘pallá’ que pacá. O como dice ese faro que es Romano Aspas: «Los cien por cien cuerdos son los más locos y peligrosos».
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