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Sánchez acomete la gran cirugía

12/07/2021
 Actualizado a 12/07/2021
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Aún estaba Sánchez con el chuletón al fuego, y al punto, cuando se cruzó el menú del nuevo gobierno. Los más explícitos han dicho que Sánchez tiró de cuchillos y se acercó solícito a la mesa de trinchar. Otros, más aseados, prefirieron comparar la maniobra presidencial, en fin de semana, con la de un cirujano que no se anda con medias tintas, pues, tras marear algunas perdices, no dudó en tirar de escalpelo ante los miembros del cuerpo gubernamental que juzgó más desgastados, agotados o, directamente, quemados.

Haya sido una carnicería o una operación quirúrgica de envergadura, lo cierto es que, mientras brillaba el sol y mucha se peña se había ido a las playas, huyendo de todo lo que hay que huir, que es casi todo, el presidente ha enseñado a los medios el resultado de la movida, una revolución, según algunos. Nos hemos encontrado con un gobierno prácticamente nuevo y así ha querido presentarlo el presidente. Como una nueva criatura para un tiempo nuevo, sin los achaques que pudiera tener la anterior, por el mucho ajetreo de la legislatura: una criatura joven y lozana, vino a decir.

Llama más la atención la lista de los excluidos, por unas razones o por otras, que la de los incorporados, pues entre los nuevos, salvo algún caso, no hay nombres excesivamente conocidos, sino que pertenecen a eso que se da en llamar gente del partido, gente de la casa, lo cual, a su manera, también es una sorpresa.

Se diría que Sánchez ha retornado al hogar que un día le fue esquivo, después de unas aventuras por la umbrosa sierra que algunos juzgan quijotescas y otros arriesgadas, y que, cumplida la tarea entre riscos y barrancos (ésos a los que Iván Redondo, también sustituido, no dudaría en lanzase con su presidente, según dijo), alcanzadas algunas cumbres o no, atacados pasos vertiginosos que en el propio partido se veían como trampas mortales, ha decidido llamar a la puerta de los suyos, no como el hijo pródigo, que tampoco es eso, sino más bien, o eso supongo, como el político que tuvo que recorrer territorios erizados de peligros en días de tormenta, y que aspira a alcanzar la comprensión, y sentarse, ahora sí, junto al fuego reparador de las esencias socialistas, con la esperanza de hacer borrón y cuenta nueva, o casi.

Nadie puede poner en duda la capacidad de reinventarse que tiene Sánchez, que da la vuelta al gobierno como un calcetín en una tarde. Ya sabemos, o sea, que el proyecto vendrá de lejos, y que estarían todos avisados, pero lo cierto es que ha acometido la tarea con una rapidez inusitada, como si el súbito debate sobre la carne roja (sin metáforas ideológicas) y la defensa del chuletón al punto le hubiera puesto sobre aviso del peligro de tener a un gobierno durante mucho tiempo sobre la hirviente parrilla de la actualidad.

Sánchez ha preferido hacerlo todo de una vez, como quien se opera de varias cosas al tiempo, aprovechando la anestesia. Ayudaba, ya digo, el fin de semana del soleado julio, la sensación de que algunas granizadas recientes habían descargado ya (como el asunto de los indultos) y el chuletón fue, tan sólo, como una especie de señal, como el aviso de que había que volver a la normalidad de las barbacoas, curarse de las heridas inevitables que producen los caminos difíciles de transitar, y preparase para una travesía muy distinta.

En las sustituciones para esta segunda parte no entró el cupo de Podemos, que va por su lado. Una coalición es una coalición, igual que una rosa es una rosa, y Sánchez, en su fulgurante operación renove de la otra tarde, sólo tocó los miembros socialistas. En realidad, Podemos ya había hecho su propia exégesis de los acontecimientos venideros, ya Iglesias había leído el hígado de las ocas con detenimiento y se había apresurado a separarse él mismo del cuerpo gubernamental al que pertenecía como miembro muy principal, de tal forma que se cortó la coleta como quien saja de un plumazo el cordón que le mantenía unido al poder, quizás ya demasiado incómodo y poco nutricio.

Ahora Sánchez acomete la gran transformación, la gran cirugía, a las puertas de agosto, con la idea de comenzar el curso con otro registro. No sé si es tan fácil cambiar de cuerpo, si es posible decir que este es otro gobierno para otra cosa, y que el anterior funcionaba como los gregarios en la subida de los Alpes, ahora que estamos en el Tour, llevando al líder de la mano a la vista de los barrancos y las cuestas imponentes, intentando que llegara a esta cima de julio sin perder muchos adeptos, y que ahora, llaneando o en la bajada hasta las próximas elecciones, empujado quizás por el viento favorable de los fondos europeos, ese gel nutritivo, se busca más el concurso de velocistas que pondrán una velocidad de crucero difícil de soportar para la oposición. De ahí, quizás, tanta juventud en el consejo de ministros.

No es que yo crea que la juventud es un valor en sí mismo, ni menos en política (aunque ya la querría para mí): los clásicos pensaban justo lo contrario y favorecían la experiencia de los viejos. Lo que sucede es que Sánchez quiere esa sangre joven de los velocistas. Piensa, quizás, que el trabajo de los ‘grimpeurs’ ya está hecho, con mayor o menor fortuna, y que, como corresponde, han de retirarse al hotel de la concentración, pues su tarea está cumplida, o presentan, ay, demasiados achaques a causa de la tortura de tantas carreteras secundarias.

Conserva Sánchez, sin embargo, el equipo económico, pues parece seguro que la economía será el gran asunto de los próximos meses (como decía bien James Carville, el asesor de Clinton, con su afamada frase: ¡es la economía, estúpido!). A muchos no les ha pasado desapercibido el nuevo ascenso de Nadia Calviño, el cordón que une a Sánchez con ese otro cuerpo imprescindible, ese otro corazón que ha de bombear la sangre necesaria: Europa. Bruselas. Cirugía radical sí, pero no en lo que considera un órgano intocable.

De todos los que Sánchez ha decidido prescindir, en su cirugía casi total, destacan los nombres de Ábalos y del gurú de los últimos tiempos, Iván Redondo. También Carmen Calvo, evidentemente. Sánchez ha demostrado así que él era el cirujano en jefe y que lo ha sido siempre. Imposible no ver en Ábalos al escudero sanchesco en esas montañas umbrosas que había que atravesar casi cada día: voz ronca, barba hirsuta. Lo de Iván puede tener el valor simbólico de un tiempo nuevo. Apartado el relator, el relato ya es otro. Sánchez no sólo cambia de gobierno, sino de guionista: como quien llega al final de temporada y espera, con algunos giros de guion, convencer a la audiencia para que le renueven.
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