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San Pablo VI y León

14/10/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Hoy mismo, en el Vaticano, el papa Francisco preside la ceremonia de canonización, entre otros, de Mons. Oscar Romero († 1980), arzobispo de San Salvador, profeta contra la injusticia social y política, y de la Madre Nazaria March († 1943), madrileña fundadora en América de una congregación que tiene el corazón puesto en los pequeños y los pobres. Y de Juan Bautista Montini († 1978), Pablo VI, que sucedió a San Juan XXIII, el Papa convocante del Concilio Vaticano II. A Pablo VI le correspondió continuar con el Concilio y llevar el timón de la barca de Pedro en tiempos de grandes cambios en el mundo y en la Iglesia, e intentar poner luz y bálsamo en varias cuestiones vidriosas que le dieron más de un dolor de cabeza; entre ellas no faltaron algunas relacionadas con la España de entonces.

Con nosotros (en concreto, con la diócesis de León) tuvo un contacto directo nada problemático con ocasión del VI Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en la capital en julio de 1964. Eran tiempos de nacionalcatolicismo y todavía no se barruntaban los nuevos vientos que enseguida iban a soplar con fuerza sobre las seguridades multiseculares con que navegábamos. A ese Congreso, o sea, a nosotros, dirigió un Radiomensaje que se conserva grabado en los archivos del Obispado (que se pudo volver a oír en el Congreso Eucarístico Diocesano de 2005).

Como quien sopla rescoldos, recogemos algunas ideas de aquel discurso que aún tienen vigencia. Recordó san Pablo VI nuestro pasado como Reino y el Camino de Santiago y las «vetustas arquitecturas» y el Santísimo expuesto de manera permanente y a quienes estaban lejos de sus hogares (años tremendos de emigración obligada). Y a esta nuestra España de entonces (y de ahora), a la que dijo: «Abre tu alma a la esperanza». Todo «bajo la ley suprema de la caridad».

El acento principal de sus palabras (de más de 15 minutos) estuvo puesto en la necesidad de la unidad (el lema del Congreso fue ‘Que todos sean uno’). Afirmó que el eje de esa unión es la persona de Cristo («Él es nuestra paz»), que con su entrega acabó con cualquier muralla que pudiera haber entre los humanos. Este convencimiento, asentado en una buena formación, afirmó, no puede plantearse como una forma de defensa o de ataque, sino como una verdad vital que se irradia con vigor, apertura al diálogo, respeto al otro y sentido de comunión social.

Han pasado cincuenta y cuatro años. Muchos de los contenidos de sus palabras (¡palabras de un santo!) siguen siendo una invitación perfectamente actual.
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