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Salvo alguna cosa

18/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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César Gavela es un fabulador con el cajón de invenciones a rebosar. Algunas consisten en inventarse vidas. Sus apócrifos, dice él. Sus seres de carne y sueño. Tienen un nombre, una familia, un lugar de nacimiento y un trabajo; tienen una casa o varias, a veces coche, a veces dinero, a veces casi nada. Pero siempre una historia que contar.

Estos apócrifos mezclan varias vidas o ninguna; en otros, bajo muchas capas fantásticas, hay una persona real. El misterio sólo lo conoce el demiurgo Gavela, que crea y destruye, ordena y confunde.

En muchas ocasiones estos apócrifos han estado a punto de existir, para sorpresa de su creador. Como en el caso de la sobrina de aquel apócrifo fallecido, que reclamaba información sobre su cuantiosa herencia y dejó frito el timbre del escritor. Esa que no creyó la invención de la invención, sino queacusó al inventor de no querer decirle «dónde está lo nuestro». Y el del hombre que escribe para agradecer el recuerdo a la amiga de la infancia que cayó en las drogas. O el del historiador que se enfada por no encontrar los datos y la bibliografía citada de ese apócrifo tan notable pero desconocido.

Esto nos contaba César Gavela la semana pasada, acabada la cena, revolviendo realidad y ficción con la cucharilla del café hasta que llegaban a disolverse en la misma taza. Veníamos de la presentación en Ponferrada de su nuevo libro de cuentos: ‘Los astros’, nombre sugerido por una de sus historias. Es el microrrelato más sexy que he leído en mucho tiempo -y no suelo usar la palabreja en vano-, por eso aquí va LOS ASTROS:

«Dejó caer el vestido. Luego me dijo:

- Soy el universo todo. Ya puedes poner en marcha los astros».

Como estamos en campaña electoral, y perdón por el bajonazo tras lo anterior, ésta es una época de multiplicación de apócrifos. Obras y personas. En campaña, muchos políticos y políticas se desconocen a sí mismos y se convierten en apócrifos. Quieren ser nuevos o incluso quieren ser otros. Apenas recuerdan lo que hicieron y, desde luego, no recuerdan nada de lo que no hicieron. También mezclan realidad y ficción y ya no se sabe qué pensar. Por eso me atengo a lo dicho por ese gran creador de aforismos que fue Mariano Rajoy: «Todo es falso, salvo alguna cosa».
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