01/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Vuelve el humo. Fumando espero. Terrazas llenas de gentes con cigarrillos en la boca. Campañas contra las vacunas; contra las transfusiones; contra la ciencia y la experiencia; contra las religiones; contra dios; contra políticos en general. En los ágapes de celebración de cumpleaños, o de jubilación (los únicos que parecen celebrarse ya) cada vez se ve más gente que sale cada media hora para fumar. A la mesa los niños, los ancianos y los cibernautas pegados a sus móviles. Y los no fumadores, a esperar. Las estadísticas acerca del cáncer de pulmón no han hecho mella. Y en los bares, qué lugares, ya no ‘se prohíbe cantar’ y es porque nadie canta ya. Solo se prohíbe fumar, y escupir.

En uno de los magníficos cuentos de Ignacio Aldecoa, el titulado ‘Los vecinos de callejón de Andín’ aparece uno de esos personajes que se pasa las horas pegado al mostrador del bar de ‘Gorrinito’ y no salé más que para escupir. Lo describe así: «La muerte le rondaba los pulmones. Era pesado en su charla, absurdo en sus conocimientos, tajante en sus apreciaciones. No sufría bien las bromas y no fumaba otro tabaco que el que le daban». Muchos de ustedes llegaron a conocer a esos tipos. El Padre Isla los llamaría «de molde». Acaparan la mejor parte de la barra, impidiendo el paso de los camareros, mirando a la concurrencia con una risa tonta que denotaba su estado emocional.

No hace tanto que fumar y cantar en los bares no estaba prohibido. Escupir siempre fue una guarrada, sin más; a pesar de verlo en las películas americanas en las que siempre se escupía el tabaco de mascar. Como estaba prohibido hablar con el conductor en los transportes públicos. Tiempos hubo en los que algunos elegíamos prioritariamente los bares en los que se cantaba. Como en casa Sidoro de Cármenes, cuando Abilio y Adelino se juntaban las cabezas y entonaban: «La mina de la Camocha, dixien que va baixo el mar». No eran asturianos. Abilio Barata era portugués. Pero los dos eran mineros. Y los dos cantaban bien.

Salir para fumar, salir para escupir, salir para cantar. Tres determinaciones que suponían un atisbo de libertad. La primera resultó altamente nociva; la segunda se sustituye con un caramelo de menta; y lo de cantar va desapareciendo, tal vez porque la sensibilidad popular no ha soportado la invasión del reguetón, o porque los parroquianos ya no saben todos la misma canción. O porque ya no quedan mineros en general.

El cronista se ha inventado una modalidad: «salir para olvidar». Lo utiliza como disculpa para despistar, huyendo de la televisión.
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