16/08/2020
 Actualizado a 16/08/2020
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La ley de Murphy dice que «si algo puede salir mal, saldrá mal» y en lo referido a los trámites administrativos, educativos, burocráticos o bancarios, entre otros, esta máxima se ha convertido en una verdad más absoluta que «el agua moja». Cada vez que tengo que llevar a cabo cualquier tipo de papeleo, me intento preparar de antemano la ingente cantidad de trabas que podrán ponerme y, aún así, me quedo corta; que no funciona el sistema, que falta algún papel que nunca se pidió, que no está disponible la persona que lo efectua y que bla, bla, bla.

Por suerte y tocando madera para que así siga siendo, hace mucho que no me toca hacer ninguno, yo creo que porque ya tuve suficiente haciendo la matrícula de la Universidad, que casi se ha convertido en la Uned con esta situación del coronavirus, pero manteniendo los precios de una institución presencial. Asimismo, hay quienes tienen horarios solapados con asignaturas de otros cursos, unos cuantos que se han visto obligados a no tener ni una sola clase presencial y otros que pagarán alquileres a precios desorbitados para acudir uno o dos días a clase en toda la semana. Sin duda, la eficacia en la gestión de las Universidades, al menos de la mía, brilla por su ausencia.

Es lógico que nadie se esperaba una pandemia y que la adaptación a la educación online no iba a suceder de un día para otro, básicamente porque el sistema educativo, al igual que muchos otros, no estaba preparado para ello. Al principio, todos comprendíamos que tanto profesores como alumnos vivíamos una situación novedosa y que el cambio no era sencillo, pero, por desgracia y como suele suceder, se terminó imponiendo la necesidad de aprobar a la de aprender.

En poco más de un mes volveremos a las aulas y, como resultado del paso del tiempo y de la formación, todos los errores iniciales deberían estar más que subsanados para otorgar a niños, adolescentes y adultos una educación de calidad. Sé que puede sonar escéptico, pero, viendo cómo se están llevando a cabo todos los cambios educativos, puedo garantizarles que, como dice la ley de Murphy, ese objetivo saldrá mal.
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