Sabores de Guatemala

‘Fusionando culturas’ reunió durante diez días a un grupo de profesionales de la gastronomía españoles, colombianos, mexicanos y guatemaltecos en un país tan fascinante como desconocido. La ‘excusa’ era un congreso, pero la cita se convirtió en una oportunidad para disfrutar de Guate con todos los sentidos. Para volver

Susana Martín
15/10/2017
 Actualizado a 17/09/2019
La cocina tradicional guatemalteca se caracteriza por su variedad de platillos y la inmensa gama de ingredientes y sabores. | SUSANA MARTÍN
La cocina tradicional guatemalteca se caracteriza por su variedad de platillos y la inmensa gama de ingredientes y sabores. | SUSANA MARTÍN
Lo confieso: Tuve que comprarme una guía de viajes porque apenas conocía nada de Guatemala. Que si el café, que si el chocolate, que si las frutas y los paisajes salvajes... Al final, leí la guía, pero en realidad se quedaba muy corta respecto a lo que encontramos al llegar a aquel país.
A la vuelta –y ya han pasado unos días–, puedo decir honestamente que Guatemala es uno de los países más fascinantes que he conocido en mi vida, y que nada de lo que había oído aquí y allá le hace justicia a un territorio tan desconocido como maravilloso. Un destino más que recomendable al que volvería sin dudarlo un segundo.

De Guatemala me quedo con la belleza salvaje de la naturaleza, la riqueza de su cocina o la hospitalidad y sencillez de sus gentes, que lo dan todoLos yacimientos de Tikal, con sus majestuosas pirámides y templos vestidos de vegetación. El sitio arqueológico de Ixkún, tan bello. Los parques nacionales de Petén, de ensueño: selva salvaje cargada de animales, de vegetación, belleza en estado puro. El exuberante cañón de Río Dulce y sus paseos fluviales. Las plantaciones bananeras de Quiriguá. Los atardeceres en el sitio arqueológico de Yaxhá. El sitio arqueológico de Uaxactún, en Flores. Las inabarcables ceibas, el árbol nacional: lo abrazas fuerte y te renuevas por dentro, cuentan ellos. Las calles empedradas y las ruinas de la bellísima ciudad colonial de Antigua, repleta de mercadillos y rincones, con sus horizontes poblados de volcanes. Los platillos tan variados y de nombres tan impronunciables. Las artesanías, los tejidos. El ron Zacapa y el Boltrán (de origen burgalés). El sonido aterrador de los moños aulladores en la selva. La hospitalidad de las gentes en todos y cada uno de los rincones que visitamos: muchos no tienen nada y te lo dan todo. Mires donde mires, naturaleza en estado puro. Sabores. Color. Su manera de vivir, con la importancia que dan a las cosas sencillas. Una temperatura privilegiada todo el año: calorcito y sol en la ciudad, aunque lluvias y mucha humedad en los poblados naturales del norte, a un paso de la selva. La ‘excusa’ de la aventura era la celebración de ‘Fusionando culturas’, un congreso gastronómico que reunió a un grupo de profesionales del sector procedentes de España, de Colombia, de México, de Guatemala. Al final, el evento –organizado por las chefs guatemaltecas Titi Bruderer y Karla Meyer allí, y desde España por el touroperador Nicolás Tena (NTC Viajes)– se convirtió para todos en una oportunidad espectacular para disfrutar de Guatemala con todos los sentidos. Un país fascinanteEn la lengua náhuatl, Guatemala es ‘Quauhtlemallan’, «lugar de muchos árboles». Efectivamente: es un país verde, repleto de color, de naturaleza, con una flora y una fauna exuberantes. ¿Y qué contar de la gastronomía guatemalteca? Confieso también que he tenido que tirar de chuletas –y de incontables ayudas desde allí– para recordar los nombres de productos y platillos que probamos durante nuestro viaje. La mayoría, impronunciables pero exquisitos.

Frutas con saborazo como el rambután, el morro, el ayote, el ramón, el zapote, el chupete, el mangostín, el jocote... Ingredientes y platos deliciosos como el chalkum de tres carnes, el pepián, el cerdo enterrado de Petén, los tamalitos, el pan con chile relleno, los frijoles volteados, la empanada de zuinchee, la sopa de elote (maíz), el pollo a la necesidad de la señora Neira, los molletes, los atores, la panacote con mole de la niña Mariana (Las Cabreras)...

Comimos en poblados donde no tenían nada pero ofrecían todo. Y en restaurantes estupendos, como Gracia, El Rincón de Álex o el Tres Generaciones Las Cabrera, en Ciudad de Guatemala. O La Casa de Enrico, en Petén (la cocina de Enrico Ferulli, los dulces y chocolates de Claudita Gómez). O La Danta, en Flores. O los vinitos españoles y la cocina vanguardista de La Vinoteca. O la comida y la cena que elaboraron los alumnos de la Escuela de Hostelería Las Margaritas, chavales llenos de entusiasmo –y técnica– que nos sorprendieron con platos como el laborioso Suben Ik o la trilogía chapina (panacotta de rellenito, tartaleta de guisquil y helado de horchata). O la comida tradicional que disfrutamos en La Cuevita de Urquizu, en Antigua.

Aprendimos a pagar con quetzales (menudo lío al hacer cuentas, en dólares, en euros), descubrimos que allí se saludan con un único beso –y un abrazo estrecho– y comentamos que los mayas no podían ser demasiado bajitos, a juzgar por la altura de los escalones de las pirámides.

Descubrimos un país absolutamente fascinante que nos conquistó, un país repleto de paisajes y bocados exquisitos. Pero lo más grande de Guatemala es –sin duda– la hospitalidad de sus gentes y la importancia que saben dar a las cosas sencillas.

‘Fusionamos culturas’ en el congreso gastronómico, gran experiencia: cocineros, panaderos, bartenders, periodistas. Y hasta mediodescubrimos qué se siente cuando la naturaleza se pone brava: el ciclón Nate salió a nuestro paso cuando a la vuelta hicimos escala en Costa Rica. Qué susto. Pero esa ya es otra historia...

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