14/06/2022
 Actualizado a 14/06/2022
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Llegó a mis manos un escrito donde algunos escritores comentaban qué libros les habían influenciado más. Entre ellos ‘Momo’ de Michael Ende. Lo había leído hacía años y como guardaba un buen recuerdo volví a releerlo. Me ha vuelto a encantar: Momo, la niña que sabía escuchar.

Y es que no es tan fácil. En el libro las ‘12 reglas para vivir. Un antídoto al caos’ de Jordan Peterson, la 9 dice: «Da por hecho que la persona a la que escuchas puede saber algo que tú no sabes». Porque no se trata de ir dando consejitos sino de conversar. Tantas veces nos ponemos en la piel del Mesías redentor, el Salvador de la humanidad o el Solucionador de problemas. Y esto no es conversar. Para pensar se necesita diálogo, interno o externo. Diálogo entre dos o más formas distintas de ver el mundo y por eso se trata de una actividad compleja, exigente y emocionalmente dolorosa. Un tema que a Freud le importaba mucho era que sus propias opiniones o problemas por resolver se reflejaran de forma incontrolada en sus respuestas y reacciones, conscientes o inconscientes. Pero mucha gente desea y necesita una relación más cercana, más personal y no tanto un enfoque imparcial y distante: conversar, dialogar.

Decía Carl Rogers que «la mayoría de nosotros no sabe escuchar; nos vemos obligados a evaluar, porque escuchar es muy peligroso. En primer lugar, hace falta valentía y no siempre la tenemos». Porque escuchar puede transformarnos. Pero debemos hacerlo sin prejuicios. Entonces, «la gente tenderá a contarte todo lo que piensa, con muy pocas mentiras. La gente te contará las cosas más sorprendentes, absurdas e interesantes que puedas imaginar. Tendrás muy pocas conversaciones aburridas», nos dice Peterson.

Pero no siempre hablar es pensar ni siempre que se escucha se produce una transformación: es el problema de la dominación. Sucede, por ejemplo, como cuando estamos esperando que acabe el otro para soltar lo que queremos decir… sin escucha previa.
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