17/06/2020
 Actualizado a 17/06/2020
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Si algo ha caracterizado –y en ello siguen perseverando– este tiempo de pandemia en este país nuestro ha sido la gran algarabía de proclamaciones de verdades absolutas acompañadas de impertinentes expediciones y atribuciones de anatemas a diestro, centro y siniestro por parte de la mayoría del espacioso abanico político. Nada nuevo por otra parte, algo así como el habitual uno por otro y la nación desbaratada o la casa sin barrer.

Aún así, sin que signifique aplauso a toda la acción gubernamental o censura (autocensura) de todo espíritu crítico sobre su hacer, uno se siente amparado por el filósofo Jürgen Habermas cuando explica cómo «la escena en la que la acción política se ha sumergido en la incertidumbre rara vez se ha iluminado con tanta luz cruda» y se siente esperanzado con su «quizás esta experiencia inusual, por decir lo menos, deje su huella en la conciencia pública». Porque aún así, uno, que no cesa en su debilidad de buscar el lado bueno de las cosas, no deja de sentir alivio en su atribulada e inmensa ignorancia al leer cómo el mismo autor afirmó que «en esta crisis, debemos actuar en el conocimiento explícito de nuestro no conocimiento».

Y así, aun sintiendo insultada con frecuencia la propia inteligencia, muchos ciudadanos creo, en vez de dejarnos arrastrar por los banderines de enganche de los partidos políticos –cada vez más sectarios en mi opinión– hemos optado, ante los representantes de toda institución pública, por la exigencia no sólo de menor beligerancia y mayor diálogo argumentado, sino, sobre todo, por una mayor responsabilidad social de nuestros supuestos representantes y, especialmente, por una mayor calidad democrática tanto en el hacer político como en el ejercicio de la ciudadanía por parte de todos nosotros.

No basta con transferir la responsabilidad del estado de las cosas a «los políticos», es nuestra responsabilidad individual y ciudadana la que debe hacerles saber a ellos y a sus más fervorosos seguidores que no somos partidarios de ninguna fe ciega; que bien podemos con criterio propio reconocer en casi todos aciertos y razones, denunciar en todos errores y dejación de su obligación de servicio al común de los ciudadanos. Que cada día somos más los que, lejos del analfabetismo funcional, recordamos a Hegel y su «no malgastes fe y amor en el mundo de la política. Más bien sacrifica lo más profundo de tu ser en el sagrado raudal de fuego de la formación eterna…», del saber.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. Cuiden, cuídense.
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