01/11/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Tengo un tío cura que es más listo que el hambre y, además, es una mala persona. Parece mentira que un tipo que ha estudiado no sé cuántas carreras las haya aprovechado, solamente, para ser un ansioso, un egoísta, un ‘sabelotodo’. La última vez que estuvo en casa, una mañana de año nuevo, discutimos por culpa de la política. Él es un fiel votante del PSOE y también un activo proselitista de las doctrinas socialistas. Como uno piensa lo que piensa de la política y de los políticos, la cosa acabó muy malamente, levantándose desairado de la mesa. No me importó, en absoluto, su espantada, mayormente porque estaba deseando irme a la cama a dormir la ingesta, un tanto generosa, de vino de los valles bercianos con los que aparejé la comida. Es un turras, un pesado que se cree en posesión de la verdad absoluta y que no admite réplicas. Como todas las personas que conozco que se creen infalibles (y son demasiadas para mi gusto), cuando acabo de hablar con ellas (o más bien debo de decir de escucharlas), tengo una sensación de culpa que no es normal, que no es natural en mí. Uno, inoculado desde muy pequeño con la vacuna de la intransigencia de los hermanos Maristas, se siente, habitualmente, libre como una hoja arrancada de un árbol en otoño y no tiene ningún tipo de arrepentimiento por algo que, encima, nunca hizo. Pero después de soportar a mi tío una sobremesa, cae sobre mis hombros todo el peso de los pecados del mundo, del demonio y de la carne. ¿Por qué? No lo sé, pero es un peso abrumador, ante el cual te sientes totalmente indefenso. ¿Qué culpa tengo yo de ser hombre, de no comulgar con el pensamiento ortodoxo, de admirar, cada día más, a los grandes hombres que ha dado este país (Quevedo, Cervantes, Velázquez, Picaso, Teresa de Jesús, Pizarro, Abderramán, Servet y todo el largo e inacabable etcétera que gustéis añadir)? Pues mi tío el cura y otros tantos como él no lo admiten, joder, porque, para ellos, estos héroes huelen a opresión sexual, a bandidaje, a explotación, a imperialismo y pare usted de contar. No hicieron nada bueno, nada en absoluto..., y no es verdad. De hecho, por ejemplo, la América española tuvo universidades mucho antes que muchas naciones de Europa y la mezcla racial, llevada a cabo por la insaciable golisma de la ingle, no se dio en ningún otro lugar del mundo. (Los ingleses, como buenos racistas, nunca mezclaron sus fluidos con indígenas).

Estoy, pues, hasta los huevos de que me intenten hacer pedir perdón por cosas que nunca hice, cosas que nunca imaginé hacer. ¿Que las hizo mi tatarabuelo, mi abuelo o mi padre? Pues bien, pues vale; no las hice yo y ellos pagarán con el dolor eterno o con la gloria sus actos en la tierra. Rememorando a Zorrilla, «llamé al cielo y no me oyó y, pues sus puertas me cierra, de mis actos en la tierra, responda el cielo y no yo». Siempre dije que era verdad aquello que dice la Biblia de que «los pecados de los padres caen sobre sus hijos». Me equivocaba. Los pecados, de cualquier tipo, son responsabilidad de quien los comete. Sus hijos y los hijos de sus hijos están libres de ellos.

En esta España descontrolada y loca que nos ha tocado vivir, suceden cosas tan surrealistas como que el gobierno interino ‘ma non tropo’, controlando como controla casi todas las televisiones que emiten en el país, pretende estigmatizar a toda una forma de pensamiento, el de derechas, por supuesto, dando como excusa que es el causante de todos los males de los hombres, incluida la guerra incivil. Dudo mucho que el general Franco tuviese algún pensamiento político. Era militar y africanista y lo definió muy acertadamente uno de sus compañeros de sublevación: «Lo tuve como subordinado en África y sé cómo piensa: le mandas tomar una colina y que espere a que llegue un mando superior. Como esto no va a ocurrir, pensará que la colina es suya y allí se quedará». Se aprovechó, es cierto, de la ayuda que le prestaron los reaccionarios y los conservadores, a los que dejó sin poder una vez que alcanzó el suyo, pero nada más. Uno tiene claro que no es de derechas, ¡Dios me libre!, pero no entiende que se les pretenda acallar. Por la misma regla de tres simple, los comunistas deberían estar prohibidos en todos los países democráticos, porque, para ellos, la democracia es un instrumento, nunca un fin. Volviendo, una vez más, al París del mayo del 68, prohibido prohibir, por favor. ¿O acaso todos los hombres no somos iguales ante la ley sea cual sea su sexo, sus ideas, su religión, su estado civil, el mental, o el equipo de fútbol del que es seguidor? Pues eso... ¿O es que vamos a dejarlos que hagan lo mismo que los cerdos en el cuento de Orwell, cuando añadieron a su primer mandamiento, «Todos los animales somos iguales», la coletilla «pero unos somos más iguales que otros».

Salud y anarquía.
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