17/07/2022
 Actualizado a 17/07/2022
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La tía Munda tiene 92 años, memoria de elefante y un temperamento que si pone los brazos en jarras, tiemblan los Misterios. Munda, que vive en un pueblo de Zamora, es una mujer viajada. Pero a pesar de sus continuos ires y venires en los treinta y seis años que vivió en Paris, su viaje más glorioso fue de apenas doscientos kilómetros, desde ese pueblo zamorano hasta el suyo natal, Ferreras del Puerto (León) para ir a casarse. De allí salió en comitiva con la familia del novio en un coche de línea hasta Zamora, donde cogieron otro hasta León, donde cogieron otro hasta Puente Almuhey, donde miembros de mi familia y tres burros les esperaban para hacer los catorce kilómetros que quedaban hasta Ferreras. Los más fuertes hicieron todo el trayecto a pie mientras los burros, con los trajes de gala en sus alforjas, tiraban Valle del Hambre arriba con los invitados castigando sus lomos por turnos, menos el reservado a la hermana del novio, a la que sujetaban como podían, incapaz de hacerlo por sí misma porque acabó la odisea con 40 de fiebre. Celebró la boda entre un colchón de lana y dos mantas y de menú, una infusión de hortelana. Esta historia digna de Buñuel, con la que me retuerzo de risa aunque la oiga a diario, era la vida real de la España profunda en el otoño de 1957.

Esta semana, además de los aviones caza antisiesta haciendo temblar los cristales cercanos al aeropuerto, nos sobrevoló un globo sonda con el nuevo mapa de rutas de autobuses, diseñado por el Ministerio de Transportes y Otras Cosas. Tras leer la noticia y mirar la lista de pueblos afectados, más consultada estos días que la pedrea del Niño el siete de enero, uno se imagina a los estrategas alrededor de una mesa con los planos abiertos. Uno, calculadora en mano, con la tecla de Restar servicios sujeta con celo para que no se levante, otro colocando estratégicas chinchetas y otro, siguiendo su estela, con goma de borrar pueblos del mapa, en ristre. Rematado el recorte de rutas que afectaría casi al 10% de la población de esta Comunidad Autónoma, se añade un poco de nata y se adereza con un par de frases rotundas, que eso el de letras lo borda. Definen el planazo del ya casi aislamiento rural como «solucionar las necesidades de movilidad de los ciudadanos» y al cambio de rutas directas por trasbordos, como «mejorar los tiempos de viaje». Suena genial, lo han petao. Aplauso general, dar OK, imprimir, palmada en el hombro y listo, Valientes. Si es que no hay nada como que te recorten servicios para facilitarte la vida. Menos mal que ya dominamos su argot desde que abrieron consultorios médicos ya abiertos, mientras nosotros, torpones y ciegos, creíamos verlos trancados a cal y canto, cuando aún no sabíamos descifrar ese código inverso consistente en buscar el antónimo de cada palabra que digan, sobre todo los verbos.

El anuncio de este proyecto de recorte de autobuses entre pueblos no sería tan chirriante si no coincidiera en el tiempo con la concesión del Gobierno de todo tipo de ayudas y hasta la gratuidad de viajes en tren, si te mueves sobre asfalto. Propuestas muy de aplaudir pero que ni rozan a las comarcas rurales a las que el tren les pita muy lejos. Sólo la ‘ayuda’ de quitarles autobuses directos mitiga el ser olvidados en el plan de ayudas nacionales. Es entendible el argumento de la poca demanda de esos trayectos y que no son rentables llevando cuatro pasajeros. Pero habría que decir al del rincón de pensar que en vez de usar siempre la tecla ‘Supr’ (borrar servicios) y de conjugar siempre los verbos eliminar y restar, podría conjugar ‘sustituir’ o ‘adaptar’ y plantearse, para esas zonas con menos de quinientos pasajeros anuales, una red pública de taxis de seis, ocho o diez plazas, sustituyendo a los autobuses con cuarenta asientos vacíos. Esa «mayor eficiencia del gasto público» no puede consistir en aislar más a los que ya están aislados. Son esos ciudadanos, tras llevarles a kilómetros de distancia los servicios básicos a los que tienen derecho (y pagan con sus impuestos) a quienes se debe poner un servicio público de transporte que corra tras los servicios fugados, sin necesidad de que tenga 60 asientos.

Sería para meter en un frasco y enviar a un laboratorio para su estudio, este país tan clasista que nos está quedando en el que, a vista de pájaro, vieses al niño de una familia con cien mil euros de ingresos, en el cole privado, becado con dinero público y ciudadanos viajando sin más gasto que la suela de sus zapatos mientras allá, a lo lejos, Mundas nonagenarias hacen kilómetros en taxi (pagado por ellas) para ir a urgencias, cobrar la pensión y comprar el medicamento. Y por nuestros valles, paisanos a pie y haciendo trasbordos con sacos de manzanas al hombro, que toca ir por la cosecha y no hay cien euros para llenar el depósito, ni burros. Si es este punto al que quieren llegar y este viaje tiene como destino 1957, que pare el autobús, que me apeo.

Decidido. Voy a comprar un burro, que la tía Munda se animó a visitarnos.
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