Rosas en el alcanfor

16/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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De repente, todo se oscurecía. Unas telas moradas o negras cubrían los colores de los retablos, las miradas de las imágenes; unas carracas roncas y penetrantes silenciaban el festivo sonido de las campanas; unos predicadores con barba y sandalias subían al púlpito y hablaban mirando al cielo, tú mirabas al techo y sentías que estaba a punto de rasgarse el velo del templo para que entraran los rayos y truenos contra aquellos pecadores a los que acababa de ofrecer la salvación en forma de confesiones.

El silencio llegaba a las cantinas, cantar (parece lo propio de las cantinas)estaba perseguido y darías cuenta de ello al cabo y el escribiente.

Los cines de León habían cerrado sus puertas, incluso para ver ‘Ben Hur’, ‘Jesús de Nazaret’ o ‘Los 10 mandamientos’; que ya nos los repetía la tele en blanco y negro, año atrás año, en medio de las procesiones de Andalucía.

Y el éxtasis era el Oficio de Tinieblas, luces fuera, velones con pequeñas y temblorosas llamas, como si se temiera lo peor, cánticos de pena y la voz profunda del predicador. Ni te movías.

La mejor obra de teatro que cada año llegaba, con compañía estable, con el miedo de serie, como si no supieras que resucita. La vida en negro, por más que Édith Piaf ya nos la hubiera pintado en rosa. Sería en Francia.

Nos queda el recuerdo. Nos queda el negro, por más que le vayan creciendo flores blancas al calor del alcanfor de los viejos tiempos.
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