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Romería de la Aquiana

04/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Ponferrada es una pequeña comarca, y tiene lo que muchas urbes no tienen: un mundo remoto y literario, casi inagotable en cuanto abandonamos la ciudad por el sur. Ponferrada llega a los dos mil metros de altitud, y por la parte de Dehesas no llega a los 500. El municipio es una especie de Nepal, con un desnivel enorme. La Alta Ponferrada es una sucesión de valles enigmáticos, donde resisten aldeas bellísimas y aisladas. Una geografía que, probablemente, muy pocos ponferradinos conocerán en su plenitud, lo que resulta casi fabuloso. ¿Cuántos de mis paisanos han estado en Rimor y, a la vez, aunque en otro momento, claro, en Bouzas? ¿En la original Ozuela, lugar próximo y recóndito a la par? ¿Cuántos saben de Valdecañada o de San Adrián de Valdueza? Seguro que no tantos.

Así es la vida y así es este ayuntamiento que suma a su conocida condición de llano, futbolístico y poblado, la de ser también mapa de tierras muy alejadas y frías, boscosas y llenas de encanto, y de leyendas que nadie nunca será capaz de escribir: porque nadie, nunca, será capaz de conocer. Se escapan. Pero ahí están. Y uno las intuye apenas se pierde por las montañas ponferradinas, que son tantas. Desde el Campo de las Danzas, San Cristóbal de Valdueza, Espinoso de Compludo, Manzanedo de Valdueza y no digamos desde nuestro particular Tíbet, la fascinante Peñalba, el mundo ofrece todos los colores y cuentos y también el canto del agua y de los pájaros. Es el solar de los barrancos sagrados, el del amor de los bercianos a la más berciana de sus tierras. Las de la raíz.

Por eso me parece una idea excelente del ayuntamiento de Ponferrada, y muy especialmente de su concejalía del Medio Rural que dirige Iván Alonso, la recuperación de la romería al pico de la Aquiana, viejísima costumbre que llevaba décadas en el olvido. Iniciativa que también corresponde al párroco de la basílica de la Encina de Ponferrada, Antolín de Cela, del que fui compañero fugaz en los pasillos del seminario de Astorga, allá por 1970. En todo caso, esta romería, aparte de su significado religioso, es una fiesta de la tierra y de las personas, bercianas y de donde quieran venir. Un encuentro abierto que se organiza desde uno de los lugares más hermosos de Iberia, de los más arcanos. El Bierzo tiene un capital enorme en esto del misterio; no conviene que se malbarate. Menos mal que luego vienen el frío y la nieve, y en ese tiempo el silencio se recupera, la soledad se rehace, el viento habla y el misterio reina.
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