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Ritual de lo habitual

05/09/2021
 Actualizado a 05/09/2021
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Sostiene mi hermana que el teletrabajo se va a acabar porque, si no, Madrid perdería un millón y medio de habitantes. Que hay intereses muy poderosos en que todo quisqui vuelva al curro como si aquí no hubiese pasado nada. ¿Pero de verdad no ha pasado nada? ¿Vamos a retomar el calentamiento de silla como si tal cosa? Septiembre nos responde, cruel, a estas preguntas

Parece que, efectivamente, no se ha aprendido nada de la experiencia durante este año y medio. Que las cosas hayan salido adelante después de que nos hubiesen dicho una y otra vez que no se podía, que había que ir a fichar, que era necesaria la cercanía a los jefes y todos esos rollos. También es verdad que a un repartidor que se chupa diez horas de atascos con la ‘furgalla’ todas estas discusiones sobre trabajar en casa le sonarán como lo que son: problemas del ‘primer Mundo’, preocupaciones de trabajadores privilegiados como funcionarios de alto nivel acostumbrados a trabajar muy poco y a quejarse mucho.

Pero la pandemia ha demostrado que no hace falta esta presencialidad excesiva para los oficinistas, que es lo que somos al final la gran mayoría. Un entorno que hasta ahora tenía sus ritmos y rituales, depurados durante más de un siglo. Sin embargo, las liturgias no son inamovibles: que se lo pregunten a quienes han asistido a misas pre-conciliares, con el cura diciendo latinajos de espaldas al público. Hay que repetirlo: a los únicos a los que beneficia el sistema laboral prepandémico es a los mandos superiores y medios, que así pueden vigilar y hostigar a sus empleados. También están felices con la vuelta a la oficina los de siempre: los pelotas, trepas y chivatos. La peña que quiere abandonar el grupo de los ‘pringados’ para subir un peldaño en el escalafón y que, sin el ‘mamoneo’ de las relaciones de poder que se establecen cuando las personas coinciden en el mismo espacio, se quedan perdidos.

Durante estos meses hemos visto reinvenciones y mutaciones, mudanzas imposibles a poblachos de Pucela para ejercer de DJ ante ‘agro-technos’ que como no les hagas gracia te arrancan la cabeza. Supongo que esos estarán como locos por volver a Malasaña. Pero es fácil (y tan ilusionante) imaginarse viviendo con sueldo madrileño en el Polígono 10. Luego seguro que el sueño se enturbiaría, que los precios subirían una barbaridad y nuestra mesetaria ciudad sería invisible. Da igual. Cualquier cosa antes que volver al ritual de lo habitual.
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