27/03/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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La incorporación del pantano de Riaño en el Atlas Mundial de Justicia Ambiental abre de nuevo las heridas de la memoria empapada desde entonces por las aguas dolorosas de expropiación, destrucción y violencia. Las aguas que sepultaron un valle próspero y rico. Un referente emocional, turístico, ecológico, etnográfico y espiritual. Riaño, por fin, ha sido incluido en la lista de los más traumáticos episodios ambientales de nuestro planeta.

Pero, el ‘conflicto de Riaño’ no sólo supuso la destrucción de este precioso territorio, acabó con muchas de las esperanzas e ilusiones que habíamos depositado los más jóvenes en la estrenada democracia española. Con Riaño se anegó la idea de ese país libre y justo que todos anhelábamos. La manipulación informativa, las mentiras tendenciosas, la violencia desenfrenada nos recordaron a los peores días del franquismo. Tuvimos que acudir a aquella olvidada máxima unamoniana de «venceréis pero no convenceréis».

En Riaño se libró una de las últimas batallas entre los ‘románticos’ que creían que el desarrollo debería respetar la montaña rural y los ‘pragmáticos’ que pensaban que la destrucción de los valores naturales y culturales era sólo un mal menor. La hemeroteca recoge los crueles testimonios de aquellos hombres pragmáticos y descorazonados que conformarían definitivamente las élites de poder de nuestra democracia. Entre aquellos justificadores destaco al joven diputado Rodríguez Zapatero, que decía: «La obra va a proporcionar una inmensa riqueza aunque suponga sacrificios». Sí, la palabra «sacrificios» ha sido desde entonces la más utilizada para anteponer los intereses personales o corporativos a los de la colectividad.

La Asociación Riaño Vive sigue denunciando que después de 30 años ninguna de las expectativas hidroeléctricas y de regadío con las que se construyó el embalse se han cumplido, ya que no se genera la electricidad fijada, ni se han creado las infraestructuras comprometidas para regar, lo que demuestra que todos aquellos sacrificios fueron inútiles. La gran pregunta es qué hubiera sido del valle, la región y el país si la presa hubiera sido demolida. Si se hubiera dado una oportunidad a la Montaña y a la Democracia.

Aquellos jóvenes que perdimos la inocencia política sobre los tejados del ‘viejo Riaño’ nunca lo hemos podido olvidar. Arrastramos un profundo amargor que el tiempo no ha podido endulzar. Allí, bajo aquellas terribles aguas, enterramos para siempre nuestra anhelada Patria de Naturaleza, Justicia y Fraternidad. Como afirma sabiamente Julio Llamazares: «Aquella es mi Patria, una sombra bajo el agua».
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