02/08/2020
 Actualizado a 02/08/2020
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Dudábamos años atrás, cuando aún no se había desatado esta locura sanitaria y sus derivados, si los tiempos que se avecinaban en la nueva edad serían tiempos salvajes o tiempos dulces. Teorías, argumentos y hechos había en el entorno para una y otra tendencia. Los sigue habiendo sin duda, lo cual quiere decir que nada está resuelto y que el proceso histórico continúa en construcción, a pesar del medievalismo que en las distancias cortas parece imponerse.

Esa pugna entre Medievo y Renacimiento se observa evidentemente en el poderío de la propia peste, si bien hoy un pujante saber científico y tecnológico lo atenúa. Se advierte así mismo en la vocación de perpetuarse en el poder por parte de algunos sátrapas de nuevo cuño, aunque los valores democráticos mantienen vigor suficiente en otras latitudes. Se nota en el ejercicio relator y propagandístico de los juglares oficiales en forma de todo tipo de plataformas, redes y pantallas, pero los contrapesa con solvencia la cultura al alcance todavía de grandes mayorías.

Con todo, lo más anacrónico de cuanto nos sucede últimamente es el resurgir de los rezos expresado en las más diversas formas: las estampitas recomendadas en Méjico por su Presidente López Obrador; la reconversión del patrimonio humano de Santa Sofía en mezquita para el culto musulmán; el coro de evangelistas brasileños haciendo la ola al demente Bolsonaro o a la inversa; la contratación de sacerdotes para los hospitales madrileños y para casi todos los hospitales de la sanidad pública; la misa expedientada en la Sagrada Familia o el exhibicionismo de la Mare de Déu dels Desemparats o el loor en la Almudena; la cobertura televisiva de los ritos religiosos y de todas las semanas santas… Así hasta la rendición del infiel, que es en resumidas cuentas el principal objetivo de toda secta o confesión religiosa desde tiempos inmemoriales. Huele a incienso por tanto en la nueva edad: nos adormecerán sus aromas o caeremos abatidos por un golpe fatal del botafumeiro.
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