04/01/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Dicen los expertos de la Historia del Arte que la primera representación gráfica de la Adoración de los Magos se encuentra en Roma, junto a la antigua vía Salaria, en las catacumbas de Priscila. Allí, en lo que llaman la Capilla Griega, se pueden contemplar unas figuras polícromas que, fundamentalmente por ser tres, se han relacionado con la visita de los magos que narró Mateo en su Evangelio. Aunque en su texto, como es bien sabido, no se decía ni que fueran reyes, ni cuántos eran ni, por supuesto, sus nombres. Pero los Evangelios Apócrifos, que podrían ser ejemplo de cómo se interpretan y reescriben los acontecimientos popularmente, nos han legado un relato fabuloso. Sobre todo el Evangelio Armenio de la Infancia, del siglo IV, que parece escrito para dar respuesta a todas aquellas preguntas que, sobre el escueto texto de Mateo, los niños (y los no tan niños) probablemente harían: ¿Cuántos eran? ¿De dónde venían? ¿Cómo se llamaban? ¿Venían solos? ¿De dónde eran reyes? ¿Cómo era la estrella? Desde entonces, siglo a siglo, se ha ido perfeccionando la historia tanto en Occidente como en Oriente. En el mosaico de San Apolinar el Nuevo de Rávena ya se les representa con sus nombres: Melchor, Gaspar, Baltasar. A Santa Elena, madre del emperador Constantino, se atribuye el encuentro de sus restos que permanecieron en Constantinopla hasta que le fueron entregados a San Eustorgio, en cuya iglesia de Milán permanecieron hasta que el mismísimo Barbarroja se los arrebató y trasladó a Colonia donde se encuentran en el altar mayor en un enorme y fantástico relicario de oro. La tradición oriental, con un relato extraordinariamente bello, se puede leer, por ejemplo, en el Libro de las Maravillas de Marco Polo, que vio su tumba en la ciudad de Saba.

Si yo tuviera que quedarme solamente con una de las fiestas que forman parte del universo cristiano, yo escogería precisamente la de los Reyes Magos. Una historia que, a lo largo de dos milenios, ha conservado a los niños (y a los que no desean perder el alma de niños) como protagonistas. Que los Santos Reyes les traigan buen aguinaldo.
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