23/01/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Hay un viejo refrán que dice que no es lo mismo predicar que dar trigo. Hace algunos días el presidente de Galicia decía esto mismo con otras palabras: una cosa es la retórica y otra la gestión. La retórica podríamos definirla como el arte de hablar en público. A todos nos vienen a la memoria grandes maestros como el griego Demóstenes o el latino Cicerón o los algo más recientes Emilio Castelar y Vázquez de Mella. Pero también en este momento nos encontramos con personas a quienes no podemos negar su facilidad de palabra, o sea, su capacidad retórica. Digamos que hablan de tal manera que convencen fácilmente a sus oyentes de aquello que les pretenden transmitir, aunque sea mentira. Esto se constata muy especialmente en el campo de la política.

En realidad siempre he desconfiado de los debates parlamentarios o de los debates electorales. No quiere decir que no sean interesantes, pero frecuentemente no dejan de ser palabras bonitas, pura retórica que poco o nada tiene que ver con la gestión de los asuntos. Puede haber gobernantes que lo hacen bastante bien y sin embargo no saben venderlo o no tienen discursos tan bonitos como otros que probablemente serían peores gestores, si llegaran a gobernar. No olvidemos que los populistas y demagogos suelen expresarse muy bien y ganarse la confianza de la gente. Porque, además, el gestionar los asuntos, especialmente algunos, suele quemar y desgastar bastante. Desde la oposición es muy fácil exigir y prometer, cuando es el otro el que tiene que hacer los pagos. Gracias a la retórica se ganan más méritos hablando y no haciendo nada que cuando hay que buscar soluciones concretas a los problemas reales, cuando se trata de administrar los dineros públicos.

Algo parecido pasa con el tema de la corrupción. No es lo mismo permanecer virgen o perder la virginidad a base de vencer tentaciones que serlo porque no se ha tenido la oportunidad de pecar, a pesar de las ganas. No es lo mismo permanecer incorrupto cuando no se ha tocado poder que cuando entre los que están en el poder pueda haber gente capaz de aprovecharse.

Decimos todo esto porque en España somos, o son, muy dados a dejarnos llevar por las bellas palabras y por las promesas, por las críticas que en el fondo buscan no tanto el servicio a la sociedad cuanto alcanzar el poder, alegrándose o deseando que los otros lo hagan mal para poder arrebatarles sus puestos. El lector inteligente no necesita que pongamos ejemplos, por ello estamos seguros de que ya habrá pensado en unos cuantos.
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