Retórica vacía

César Pastor Diez
29/10/2018
 Actualizado a 15/09/2019
Si todas las promesas que han hecho nuestros políticos en campaña electoral desde la época de la Transición se hubiesen convertido en realidad, España estaría hoy a la cabeza del mundo en riqueza, bienestar social, pleno empleo, educación y civismo. Viviríamos en una auténtica Jauja: los árboles darían jamones de Jabugo, caviar de beluga, pavos en pepitoria, ostras de Sri Lanca portadoras de perlas, hogazas de pan bregado de Palencia y alubias pintas de León aderezadas con especias, ajos, chorizo y morcilla, que son ‘bocata di cardinale’. Si no vivimos en ese paraíso terrenal es porque quienes nos han venido gobernando desde hace cuarenta años incumplieron sus promesas electorales.

Lamentablemente todo lo que dicen nuestros políticos en campaña es palabra hueca, huera, ‘flatus vocis’, expresión latina usada irónicamente por los filósofos nominalistas de la Edad Media, que negaban la existencia de los universales predicada por los realistas seguidores de Platón. En sus discursos se evidenció que algunos de nuestros políticos superaron con buena nota y sin trampa un máster de retórica vacía (‘flatus vocis’) y otro de vituperios con vistas a lanzarlos contra la oposición, para cuyo menester no necesitaron plagiar a nadie porque ellos mismos ya han sido doctos en la materia. Todo ello salvando el honor de nuestras cámaras legislativas y de todos los partidos, a los que respetamos, porque sabemos que los bocazas y los corruptos son la excepción (¡pobres de nosotros si la excepción fuesen los honestos!). Y lo que son las cosas, en cuanto esos parlanchines como charlatanes de feria llegan al Congreso o al Senado, olvidan todo lo prometido y tanto los que han ganado como los que han perdido comienzan a lanzarse andanadas de unos a otros buscando tres pies al gato o algún pecadillo en los documentos académicos del contrario, descuidando miserablemente la alta función por la que han sido elegidos por el pueblo, todo lo cual nos hace recordar la fábula de Iriarte sobre los galgos y los podencos, ¡y ojo, que ya los tenemos ladrando a la vuelta de la esquina!

¿Y para qué sirven los másters y los avales de cultura? Total para llegar a los templos de la democracia y soltar el más vulgar de los lenguajes tabernarios. La Constitución española no especifica que sean obligatorias titulaciones universitarias, licenciaturas, doctorados, infolios, diplomas, pergaminos, certificado de vacunación o de buena persona ni nada por el estilo. En el artículo 68, punto 5 sólo dice que son electores y elegibles todos los españoles que estén en pleno uso de sus derechos políticos. Y no obliga a que cualquier ministro deba dimitir por cometer una falta de ortografía. Tan sólo deberían estar obligados a dimitir los mendaces y las mendazas, que los hay.

Últimamente nuestros aforados han acordado por consenso eliminar su aforamiento, es decir la inmunidad parlamentaria que unos pocos la utilizaban como patente de corso para hacer lo que les salía del forro, parecidamente a los fijosdalgo e infanzones del antiguo feudalismo, hijos del papá que tenía derecho de ‘ius primae noctis’ y otras minucias. Ahora se acusa a algunos desaprensivos con acceso al monedero público de haberse gastado muchos doblones de oro en francachelas de triclinio y de alcoba con pelanduscas que dejarían pálido al ‘Satiricón’ de Petronio, mientras los parados de larga duración tenían que cobijarse en el sotobanco de cualquier casucha. De ser eso cierto, quienes así manejaban el dinero de los contribuyentes eran como auténticos caciques de pueblo con aficiones villanas, caballeros no de ley sino sin ley.

Durante las cuatro décadas que duró el régimen totalitario del general Franco, más de una vez se nos quiso hacer comulgar con ruedas de molino. Se nos decía que en España todo iba bien y que fuera de España todo iba mal. Y no se podía replicar por miedo a las represalias. Pero los ídolos que ayer nos dominaron son hoy esqueletos errabundos, sacrificados en la misma hoguera que ellos encendieron para otros. Ahora son tan sólo un recuerdo, es decir, nada. Como los ídolos de hoy no serán nada mañana, quizá ni siquiera serán un recuerdo.

En los últimos tiempos en mi querida tierra leonesa cunden alarmas estadísticas que nos ponen los pelos como escarpias. Pero miren ustedes. La estadística no es una bola de cristal de ciencia mágica y exacta sino tan sólo un cálculo de probabilidades de dudosa credibilidad. En la estadística intervienen muchos factores, algunos de los cuales resultan ininteligibles para el ciudadano de a pie, como la media, la moda, la varianza, la desviación típica, el operador Sigma y algunos otros. Si usted se come dos hamburguesas y yo no me como ninguna la estadística dirá que nos hemos comido una hamburguesa cada uno, aunque usted se haya atiborrado y yo me haya quedado en ayunas.

Confío en que mis paisanos leoneses de hoy y del mañana serán lo bastante providentes y luchadores para consolidar su presente y su futuro desmintiendo los vaticinios catastrofistas basados en las estadísticas que pronostican que en 50 años media provincia de León será una sucursal del Sahara y que los leoneses que vivan entonces tendrán que olvidar el coche y comprarse un camello.

Pero tranquilos, queridos coterráneos, la estadística y los pronósticos agoreros han de servirnos únicamente como acicate o toque de atención para que no nos durmamos en los laureles, trabajemos con denuedo y sobre todo no permitamos que los falsos profetas ni el lucero del alba nos amarguen la existencia y nos expulsen de nuestra tierra.
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