25/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Nunca he comprendido lo que ocurre en Semana Santa. Hoy, a toro pasado, no puedo por menos de admirarme del especial regodeo que tiene la Iglesia Católica con todo lo relacionado con el dolor. Para un creyente, piensa uno, el hito más fundamental del cristianismo es la Resurrección de Jesús, gracias a la cual nació el «hombre nuevo», el que podía aspirar a «conquistar el Reino de los Cielos», (Pablo Iglesias dix). Pero no; para la iglesia, por lo que vemos todos los años en esta semana de primavera, es la muerte de Cristo y todo lo que tiene que ver con ella, (el prendimiento de Jesús después de la última cena, su tortura, el vía crucis, la crucifixión...), lo verdaderamente importante. Para los cristianos ortodoxos, sin embargo, el centro neurálgico sí es la resurrección de Cristo. De hecho, se saludan el domingo de Pascua con un «Cristo ha resucitado» y dándose dos besos en las mejillas. Nunca, ni en mi época de monaguillo ni en el manicomio, entendí lo del «del dolor hacia el placer», que es el fin último de la iglesia a través del tiempo. El placer, el Paraíso, se consigue después de una vida atormentada por el dolor. No lo compro. Me niego a comprarlo, mayormente, porque aún reconociendo que la vida es una tomadura de pelo, que me lo digan un día sí y otro también unos tipos que se atribuyen un poder de decisión sobre las vidas de los demás que no tienen, es el colmo. Pero no penséis que la católica es la única religión que actúa así. El Dios de los judíos, el del antiguo testamento, no deja de ser un represor de toda libertad individual, amén de un poco cabroncete ávido de sangre. El Ala de los árabes no les anda a la zaga y los dioses hindúes, (aunque los conozco poco, la verdad), tienen tanta pinta de meter miedo que sería mejor llevarse bien con ellos en toda circunstancia. Incluso los ateos tienen normas que rigen la vida de los hombres avasallándola. Parece, por tanto, que el hombre ha tenido la necesidad de reglar sus actos en la tierra con la excusa de un ser superior o mediante la opresión de unos sistemas de gobierno que, seamos realistas, pueden dar más miedo que los seres celestiales. Todo este rollo para llegar a la conclusión de que el hombre es un miedoso..., y que necesita crear poderes que le ayuden a superar el miedo. Uno de ellos es la política. Ante las elecciones del próximo domingo la mayoría de la gente está acojonada, aunque no lo sepa. «¿A quién votaré?», piensa el pobre parroquiano. «Desde luego a los que me garanticen las pensiones, o al que proponga una bajada de impuestos, o al que defienda la unidad de destino en lo universal, o al que se cague en la bandera, o al que nos saque de la Otan, o al que...» Y como todos los partidos dicen que harán todas esas cosas, el pobre hombre tiene la picha hecha un lío y no sabe que hacer. Seguramente se dejará llevar por la inercia, mecanismo ancestral de resolución de problemas, y cogerá las papeletas que le son más familiares, la del Psoe o la del Pp, y adiós muy buenas. Llevará a la práctica el viejo axioma del protagonista del ‘Gatopardo’: Hay que cambiar todo para que todo siga igual.

Uno también anda completamente desnortado con lo que dicen las encuestas. No logro entender que todas den al Psoe una ventaja considerable. Ese mismo partido, hace tres años, obtuvo su peor resultado electoral de la historia. Luego vino la guerra civil en su seno, la defenestración de Sánchez y su vuelta al poder. En otras circunstancias, todo este revuelo significaría que el Psoe pasaría a ser un partido irrelevante. Pero ahora, después de lo que dicen las encuestas, resulta que ganará. ¿Cómo es posible? Tirando de la teoría de la conspiración de mi hermano el Pantera, tengo que dar por bueno que las cloacas del poder han actuado a toda velocidad. El fontanero Rubalcaba, el rey de los entresijos que nadie quiere conocer pero que todos sabemos que existen, ha tenido que hacer un ejercicio de magia que ya lo querría para si David Copperfield. ¿Desaparecer un avión del escenario? Cosa de niños. Es mucho más difícil lograr lo que han logrado Rubalcaba y sus ayudantes. Pensándolo fríamente, se lo han dejado a huevo. Con la derecha dividida, la extrema izquierda anecdótica, con los catalanes y los vascos a su rollo, resultan los únicos estables y fiables, listos para llevarnos hacia el futuro a toda velocidad. Lo que sí tengo claro que, sea cual sea el resultado final, nos esperan días de dolor, de sobresalto. Y se parecerá ese dolor al que nos intentan transmitir la curia vaticana, los del muro de las lamentaciones o los seguidores del profeta. Todo se concentra en el dolor. En que se surge a diario en la vida o el que nos imponen como propio cuando no es nuestro. Y es una pena.

Salud y anarquía.
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