Resistentes frente al vaciado

25/01/2022
 Actualizado a 25/01/2022
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Fueron las cigüeñas el símbolo de los pueblos. Hijas de la leyenda de que eran ellas las portadoras de los niños –cuando todavía se pedían a París– gozaron, tal vez por ello, del cariño de quienes cada años las esperaban por San Blas, de los pueblos que les arreglaban el nido para que no se fueran otra vez, de quienes las hicieron presentes en cada época del año a través del refranero: Por San Blas las cigüeñas verás; por San Juan empiezan a volar; en día de Candelaria, la cigüeña en las campanas; a la mujer pedigüeña ponla donde habita la cigüeña; en la espadaña de la iglesia la cigüeña descansa, cría y canta...

Pero resultó que los niños no venían de París, qué cosas; que no los traían las cigüeñas, ya se sospechaba; que ellas empezaron a no irse en invierno por una razón tan poco poética como que encontraban comida en los vertederos, a muchos curas les empezó a preocupar que el peso de sus nidos pudiera hacer tambalearse la estabilidad de la espadaña; los cables de alta tensión las electrocutaban sin piedad; nunca faltaba el vecino picajoso que le molestaba cómo machacaban el ajo; los pináculos de la Catedral fueron forrados con inventos –condones, decía el pueblo socarrón– para que no pudieran apoyar allí su pata... Y, sin embargo, la justicia poética hizo que crecieran y se multiplicaran, que estén en todas partes, que sean un símbolo frente a tanto lema de este León vaciado. De cigüeñas, no.
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